Por Alejandro Rodríguez
De entre todas las batallas suscitadas en el marco de la Revolución Mexicana quizás la más decisiva de todas fue aquella que se libró en Zacatecas el 23 de junio de 1914.
Tras el asesinato de Madero, y el ascenso de Victoriano Huerta al poder, Zacatecas se había convertido en uno de los principales bastiones de El Chacal, pues además de tener uno de los yacimientos más grandes de plata del país era el punto obligado para llegar a la Ciudad de México.
Es entonces que las fuerzas revolucionarias ven como necesario emprender una acción contra el régimen dictatorial reinante y Zacatecas se convierte en zona de guerra.
Con alrededor de 23,000 efectivos transportados en 18 trenes militares, la División del Norte al mando de Felipe Ángeles y Francisco Villa se volvió el terror de las fuerzas federales apostadas en la ciudad quienes huían horrorizadas de la escena luego de ver que no podían vencer a tan disciplinado ejército.
La ciudad se volvió un baño de sangre, Villa cuenta en sus memorias que los cadáveres se extendían por cientos de kilómetros y muchas crónicas de la época relatan que los edificios quedaron hechos escombro.
Sin embargo, tanta devastación fue un sacrificio necesario, pues la victoria en Zacatecas debilito completamente el poderío de Huerta y facilito el transito hacía el Congreso Constituyente de 1917.
En estos tiempos convulsos y violentos que vivimos sería una locura querer conquistar la democracia por las armas, sin embargo, para que los mexicanos volvamos a retomar el rumbo de nuestro país, arrebatado por un gobierno corrupto y la burguesía nacional y extranjera, hace falta emprender una batalla más difícil, que se libre en el campo de las ideas, una revolución de consciencias que permita darnos cuenta de que el sistema debe ser completamente cambiado y no reformado y que marqué la pauta para que el pueblo se organice.
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