CJB Libertad Roja
Corre el año de 1861, el país se encuentra dividido. Por una parte están los conservadores; grupo que lucha por una república centralista y por preservar viejas estructuras de la sociedad colonial como el clero y el régimen feudal. Por el otro lado estaban los liberales; sector político que busca una república federal y pretende lograr un liberalismo económico.
La pugna entre ambos bandos ha hecho mella en las finanzas públicas, al grado que es necesario suspender el pago de la deuda externa. Ante esta medida España, Inglaterra y Francia forman una alianza exigiendo el pago al gobierno mexicano y para generar presión mandan varias naves al puerto de Veracruz.
Han pasado los meses, es febrero del 62. Tras una negociación España e Inglaterra se retiran, Francia se queda, tiene otros planes en mente. Napoleón III busca extender su imperio, no le son suficientes sus conquistas en Argelia e Indochina, quiere un punto estratégico en América que limite el creciente poder de Estados Unidos y piensa que México será la más hermosa página de su reino.
Las tropas francesas están confiadas, tienen un haz bajo la manga. Un grupo de vende patrias ha conspirado contra la nación y no solo ha ofrecido su apoyo a los invasores, les ha rogado por un gobernante europeo que salve a México y preserve sus valores.
El ejército, francés al mando de Charles Ferdinand Latrille, mejor conocido como el Conde de Lorencez, se dispone a tomar la Ciudad de México, pero para hacerlo debe pasar por Puebla. Esto no le preocupa al general galo, pues un promotor del imperio, llamado José Manuel Hidalgo, le dijo en Paris que Puebla los recibiría tapizando su paso con flores.
Con lo que Lorencez no cuenta es que un grupo de valientes hombres dirigidos por Ignacio Zaragoza, se preparan para defender la ciudad o morir en el intento. “¡Éstas son las flores del ministro!” exclamó el jefe del ejército invasor al escuchar los primeros disparos de las fuerzas mexicanas. Una granizada cae y en los fuertes de Loreto y Guadalupe se libra una batalla por la soberanía, Lorencez se da cuenta de que subestimo a sus adversarios, pero es demasiado tarde, su arrogancia hace que pierda la batalla.
Zaragoza, entusiasmado por el triunfo, le escribe al presidente Juárez diciendo: “Las armas del supremo gobierno se han cubierto de gloria”. Poco le duro el gusto, a los pocos días volvió a mandarle un telegrama diciendo: “Qué bueno sería quemar Puebla. Está de luto por los acontecimientos del cinco. Esto es triste decirlo pero es una realidad lamentable”.
Han pasado 152 años desde la batalla del 5 de mayo y aún nuestro país está dividido entre gente que busca cambiar el sistema y gente que quiere dejar las cosas como están. Las palabras surgidas de la indignación del general Zaragoza están más latentes que nunca.
Deberíamos quemar a ese hombre sentado en la silla presidencial que dice ser nuestro presidente y que solo vende nuestra nación, deberíamos inmolar a esos 128 senadores y a esos 500 diputados que dicen representarnos pero solo se sientan en sus curules a aprobar leyes que nos perjudican.
Tómenos las antorchas y acabemos con el duopolio televisivo, instrumento ideológico de control de masas, más fuerte que la misma iglesia en tiempos de la reforma.
Metamos a la hoguera a los dueños de los medios, de las empresas nacionales y extranjeras que desangran el país, saquean sus recursos y explotan a sus trabajadores dándoles sueldos de hambre. Junto con ellos hirvamos a los esquiroles, a las “fuerzas del orden” que reprimen a quien alza la voz y a todos aquellos lame botas que ven a sus hermanos sufrir y no hacen nada.
En un acto de purificación incendiemos nuestro desanimo, pereza, falta de dedicación, de confianza y de convicción que nos impiden luchar por transformar el nuestro mundo.
Y ya que estamos encarrerados, hagamos arder las bases de este sistema donde unos pocos tienen todo y otros muchos no tienen ni en que caerse muertos.
Qué bueno sería quemar esta sociedad donde el hombre es el lobo del hombre, pues así podremos construir sobre sus cenizas un nuevo sistema, una comunidad donde todos tengamos las mismas oportunidades.
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