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IMG 4812Alejandro Rodríguez/La Voz Roja

Sobre la calle Ing. Robles Domínguez y Calzada de los Misterios, en la Delegación Gustavo A. Madero, se encuentra La Titina, una pulquería que desde hace más de 70 años ha proveído de esta bebida ancestral a los habitantes de la Ciudad de México.

 

Este establecimiento ha sido desde siempre un punto de encuentro, un lugar para contar historias, para ahogar las penas y compartir alegrías. Es una de las pulquerías más viejas que aún siguen en pie, en donde todavía se ofrece botana para los parroquianos y cuyo departamento de damas, ahora clausurado, nos remonta a épocas más simples.

Durante años La Titina ha sabido adaptarse al gusto de los consumidores, diversificando su oferta de curados hechos con fruta de temporada, es por eso que ahora es común ver a adultos jóvenes conviviendo con gente de la tercera edad en un ambiente de cordialidad, pues tal como dice el encargado Carlos Oropeza, “el primero que empiece a faltar al respeto se sale”.

Carlos lleva 8 años trabajando en este lugar, pero prácticamente ha pasado toda su vida en este ambiente, pues antes que él estuvo su padre, y antes que su padre su abuelo. Hoy la dueña del negocio es su abuelita, doña Celia Muñoz Oria.

Siete décadas de historia, de resistir al embate de la industria cervecera, los mitos, los prejuicios y ahora hasta los caprichos del dueño del inmueble, quien ya no quiere una pulquería en su propiedad y que, a pesar de que se le ha pagado puntualmente la renta, amenaza con extinguir este rincón tradicional y ha amedrentado contra el negocio cortando la luz y el agua.

No cabe duda, desde el punto de vista del empresario, no sólo las pulquerías, sino todo aquello que no produzca inmensas cantidades de dinero debe desaparecer, para dar paso a bares de lujo y tiendas departamentales donde la gente pudiente pueda gastar.

No es la venta de alcohol, o las llamadas peleas de borrachos lo que seguramente motiva al dueño a querer cerrar La Titina, pues como él ha habido otros que han hecho escombros lugares tradicionales y en su lugar han puesto antros dónde los jóvenes alcanzan estados de inconciencia etílica, baste ver lo que ha pasado con el andador Madero o la calle Regina en el centro de la ciudad.

Hay un dicho que reza “renovarse o morir” ¿Pero de qué sirve vivir si nos han arrebatado la esencia? Es por eso que la defensa de La Titina no sólo les compete a los encargados o a los clientes frecuentes, defender este y los espacios históricos que todavía sobreviven es un compromiso que debe asumir todo aquel ciudadano que ame profundamente sus raíces y que esté en contra de que le arrebaten sus tradiciones. 

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