Las y los comunistas sabemos que la liberación del proletariado supone la liberación de la mujer, que la sociedad del futuro por fuerza involucra a las mujeres y que la lucha contra el capitalismo no puede ser sin el combate femenino; por la sencilla razón de que las mujeres no son ajenas a la humanidad, a la sociedad, a la historia. Pareciera obvia esta afirmación y quizás hasta innecesario mencionarla pero existe el riesgo de que en una sociedad machista como la nuestra lo olvidemos sin querer o con toda la intención de hacerlo –a pesar de saberlo–.
Las y los comunistas sabemos muy bien que la explotación que la clase dominante ejerce sobre el proletariado no es sólo hacia los hombres (género masculino), es también hacia las mujeres, e incluso esta explotación es indiscutiblemente mayor, por donde quiera que se le mire y ante cualquier excusa que se le quiera poner a esta realidad. Y sabemos también que no se puede llevar a cabo ningún proceso revolucionario si las mujeres están atadas al hogar, esclavizadas a los trabajos domésticos, restringidas a la reproductividad de la especie, condenadas por los intereses patriarcales, reducidas como personas, violentadas en todas las formas.
Como sociedad nos negamos a ver y aceptar la realidad anteriormente expuesta, por eso se suele aprovechar esta ceguera inducida para no reconocer hasta qué punto nuestras camaradas viven esta realidad en sus propias vidas, y aún más difícil en qué medida lo experimentan dentro de nuestra organización porque, claro está, no nos gustaría que en nuestra querida organización comunista ocurran estas situaciones, aunque seguramente, de una u otra manera, suceden. A pesar de que existan datos contundentes que demuestren la desigualdad y violencia que sufren las mujeres en términos sociales, estas ocurren como acciones fantasmas dentro de la militancia, porque las percibimos pero desconocemos su magnitud (política, social, psíquica) y la relación entre sus factores; esta cuestión, dicho sea de paso, merece que establezcamos la metodología adecuada para poseer la información que nos revele esta realidad con el fin de erradicar aquellas prácticas organizativas y morales que podrían separar a una camarada de la lucha revolucionaria.
La cuestión de género es una de las cosas que más nos deben de preocupar al momento de hacer cualquier análisis organizativo, ya sea para saber por qué no logramos cumplir algunas tareas o por qué no crece nuestra influencia territorial. En los análisis organizativos debemos considerar en alta categoría el grado de desarrollo, de formación y de participación política de las mujeres para poder hacer un diagnóstico correcto de nuestras fallas y si resulta que son demasiadas entonces podemos darnos una idea de que el tipo de militancia que tienen las camaradas no es diferente al rol que tienen las mujeres en general en la sociedad patriarcal. Es por esto que el capitalismo siempre estará condenado al fracaso, pues a pesar de realizar algunas reformas sociales no se propone la liberación y el desarrollo de la mujer, y de la misma manera toda organización o lucha revolucionaria también estará condenada al fracaso si las mujeres están sujetas a “la vanguardia masculina”.
Todo lo anteriormente dicho no pretende que llevemos a cabo prácticas liberales de inclusión o de “cuota de género” dentro de nuestra organización, las cuales no son más que paliativos para un problema más profundo en el que sustentan muchos de nuestros errores organizativos, programáticos y estratégicos. Por ejemplo, podemos tener muchas compañeras entre nuestras filas pero si subestimamos sus capacidades políticas, administrativas e intelectuales asignándoles casi siempre tareas logísticas; si ejercemos prácticas machistas, como acoso sexual disfrazado de coqueteo considerando a la compañera como una potencial “conquista sexual” antes que una potencial dirigente; si menospreciamos el papel que desempeñan, dándoles el mote de volubles o neuróticas, haciéndolas sentir inseguras del trabajo que hacen en su propia organización; si asumimos que la única explicación posible para que una compañera se haya convertido en una dirigente fuera o dentro de nuestra organización es haberle “dado las nalgas” a los dirigentes varones; si permitimos que una camarada eventualmente abandone las tareas por atender primero al novio(a) o a su marido –que pueden ser o no militantes–; si normalizamos el hecho de que abandone la lucha “ahora que es mamá” pero no nos cuestionamos que haya camaradas hombres con hijos que no interrumpen su militancia o que la reanudan sin mucha complicación; si todo esto ocurre de manera velada o abierta, formal o informalmente dentro de nuestra organización, entonces tendremos una organización mutilada, estéril, inocua para el enemigo la cual no se terminará de componer por más disciplina que le inyectemos, por más reformas al estatuto que hagamos, por más leídos que nos volvamos.
Lo que las mujeres pueden dar a la revolución se ve comprometido por la sombra masculina si es que las camaradas terminan bajo ésta, especialmente si tienen una relación que condicione su participación en su colectivo de base, que se vuelva en un obstáculo para poder cumplir con sus obligaciones como militante o que le impida expresar sus ideas abiertamente sin entrar en conflicto con esa misma relación. En este sentido la organización y la lucha revolucionaria requieren de la plena individualidad de las mujeres para que puedan entregarse colectivamente a la contienda. De ahí que la consigna que nos debe de gobernar a todas y a todos es que las compañeras están para la lucha antes que para un hombre, están para su organización antes que para un hombre y están primero para sí mismas que para los hombres.
El primer acercamiento para esclarecer nuestra política de género lo dimos en las discusiones en torno a esta tesis en el IV Congreso Nacional de cuyas ideas derivan este texto el cual busca contribuir a la reflexión desde lo organizativo. Sobre todo porque hoy en día nos enfrentamos a muchos retos que debemos superar de manera colectiva desde el interior, y es que la cuestión de género tradicionalmente la hemos dirigido hacia las masas, lo cual es correcto, pero pocas veces lo hemos entendido como parte de la teoría organizativa. Es importante que la discusión al respecto sea permanente en todos los niveles de nuestra organización, manteniendo una crítica franca y fraterna frente a esta realidad que vulnera a nuestras camaradas y por lo tanto nos daña a todos como organización convirtiendo muy lejana y penosa la victoria revolucionaria.
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