socialismo en méxico

socialismo en méxicoLas corrientes teóricas e ideologías que llegan a Latinoamérica son aquellas que predominaban en el campo político e intelectual europeo, el liberalismo y el socialismo por ejemplo, este último, no llegó a nuestro continente como “un socialismo marxista, mesiánico o utópico en el terreno de las ideas como en el de la acción.” (Sánchez. 1999: 124). Por ejemplo, en México el socialismo encuentra su primer acercamiento a la academia y a las masas populares con la llegada de Plotino Rhodakanaty en 1865, un humanista griego que emigró a México interesado en la situación política del país. Al arribar a la capital consiguió empleo en un colegio de bachillerato donde hizo lo posible para fomentar el socialismo entre sus alumnos, de los cuales destacan tres: Zalacosta, Villanueva y Villavicencio con quienes más tarde fundaría un grupo de estudio al que llamaron “grupo de estudiantes socialistas”. Estos estudiantes iniciaron su activismo intentando rescatar a la Sociedad de Socorros Mutuos, que estaba al borde de la desintegración.

En ese mismo año apareció “la social”, un grupo de socialistas dirigidos por Rhodakanaty y sus discípulos, que buscaba la realización en México del, por así decirlo, ideal anarquista, que era la desaparición de las fronteras y la fraternidad universal del hombre (Hart. 1974: 31- 33). Este grupo se desintegraría un par de años más tarde y se reintegraría en 1871.

 

A pesar de los eventos Rhodakanaty continuó impartiendo clases por su cuenta, principalmente a obreros y campesinos analfabetas, a quienes a través de sus enseñanzas inculcaba el ideal socialista. De entre sus alumnos sobresalió Julio Sánchez López quien se convertiría en el dirigente del movimiento; su gran simpatía por la acción violenta lo llevó a encabezar levantamientos generales en contra del gobierno y a pesar del peligro de muerte que esto implicaba, siempre estuvo al frente. La represión fue constante, durante el fugaz imperio de Maximiliano la represión fue encabezada por la gendarmería imperial, esta cometió atroces matanzas contra obreros y activistas sociales, de entre los cuales sobreviviera Sánchez López.Tras la caída del imperio, Benito Juárez se decidió a frenar el socialismo y anarquismo en México, esta última doctrina entró en declive hasta la reactivación del pensamiento por parte de Ricardo Flores Magón. (Hart. 1974: 51, 53). El socialismo utópico en México consolidó una relación intensa con el naciente movimiento obrero del país, pero no fue preámbulo para la adopción de otras metodologías organizativas como el marxismo, sin embrago el socialismo utópico y sus variantes, como el anarquismo, continuaron expandiéndose por el continente latinoamericano a través de los emigrantes españoles e italianos; en argentina, se crearon ligas Bakunistas. (Horowitz. 1975: 142, 143)

Fue hasta 1895 que el socialismo marxista como tal vio la luz en el continente con la fundación del Partido Socialista Argentino. En ese mismo año se publica la primera traducción al español de El capital, realizada por Juan B. Justo, fundador de dicho partido. Este socialismo marxista no solo debe hacer frente en Latinoamérica al estado burgués y las clases dominantes sino también al anarquismo que, como lo vimos anteriormente, gozaba ya de un lugar privilegiado en México y en América del Sur. La rivalidad entre este socialismo reformista y anarquistas continuaría hasta la década de 1920. (Sánchez. 1999: 125). El socialismo marxista que llega a Sudamérica era una copia exacta del socialismo reformista de mayor importancia en la II internacional, la socialdemocracia alemana, la cual no considera una cuestión fundamental con la que el marxismo tendrá que debatir teórica y prácticamente: “la lucha antimperialista de los pueblos latinoamericanos por su autonomía y verdadera liberación nacional.” (Sánchez. 1999: 126). Además predomina en esta corriente un eurocentrismo que impide vislumbrar los procesos históricos propios de la región que para nada se asemejan a los planteados por Marx para el continente europeo, por ejemplo, el agente revolucionario, el proletariado, en América latina aún no se consolidaba como una masa activa ni mucho menos con conciencia de clase, además de eso la población campesina e indígena era predominante en la región. Estos factores traerían serios debates dentro de las nacientes adaptaciones del Marxismo. (Sánchez. 1999: 128, 129).

En México el Marxismo aparece en el escenario político en 1917, a diferencia de Argentina por ejemplo, antes de este año no existen antecedentes sobre dicha corriente; y a partir de 1925 este entraría en un continuo declive por conflictos, rupturas y purgas dentro del Partido Comunista Mexicano, aunque entre el año 1936 a 1943 tuvo un repique y el marxismo reapareció en la actividad política del país (Bernstein. (s, f): 497). Los iniciadores, por así decirlo, fueron Pablo Zierold y Adolfo Santibáñez. Los documentos, panfletos, diarios y otras publicaciones, son escasos por lo que es difícil establecer quién de estos dos notables fue el verdadero iniciador del socialismo marxista en México (Bernstein. (s, f): 499). Pero lo que sí es bien sabido, y existe evidencia de ello, es que anteriormente, concretamente en 1918 comunistas internacionalistas ya ayudaban a la formación de sus camaradas mexicanos en todos los aspectos fundamentales de los principios y tácticas de agitación revolucionaria elaborados por los dirigentes germano-rusos; los misterios de la teoría y la dialéctica de Marx fueron aclarados por extranjeros, algunos de ellos originarios de Japón y La India, lo que sugiere vínculos entre los radicales mexicanos y los asiáticos.

En síntesis, quienes lograron trazar un esquema de organización inicial en México fueron los marxistas japonenses, rusos, alemanes y norteamericanos, e intentaron con ello, desafiar la instauración de la revolución y su constitución radical de 1917. Para 1924 los doctrinarios extranjeros dejaron de arribar al país y dieron lugar para nuevos líderes mexicanos como: Xavier Guerrero, Rafael Ramos Pedrueza, Diego Rivera y Hernán Laborde; marxistas independientes como: Narciso Bassols y Vicente Lombardo Toledano (Bernstein. (s, f): 500, 501).

A la par, lo que sucedió en todo el continente fue la penetración del Marxismo en la academia, en las universidades Latinoamericanas. La revolución cubana y la amplia difusión de las ediciones, argentinas sobre todo, de literatura marxista dieron un aire novedoso y fresco al Marxismo Ortodoxo proveniente de la Unión Soviética; también de críticos marxistas contemporáneos como Lukács, Korsch y Gramsci, que hasta entonces eran desconocidos. Estos elementos atrajeron la atención de los intelectuales y desde los años sesenta y setenta han convertido al Marxismo en una de las corrientes teóricas de mayor aceptación e importancia en la docencia y la investigación. Pero no solo se estudia lo más diverso y polémico del Marxismo europeo, sino que se elabora una producción científica propia en todos los campos y desde los más diversos enfoques (Sánchez. 1999: 141, 142).

Las ciencias sociales fueron las más nutridas con el estudio instrumental filosófico y metodológico del Marxismo, aun después del desplazamiento de la ortodoxia soviética. Pero no hay que dejar de lado la persecución y censura de las ciencias sociales por las dictaduras militares del cono sur, aunque esta situación seria también un incentivo para el arraigo de los críticos marxistas dentro de las universidades y en la década de los setentas la riqueza temática, la perspectiva crítica, la vinculación con los grandes problemas políticos, económicos y sociales del continente, alcanzan un nivel teórico sin precedentes, tanto que incluso se puede hablar de una “edad de oro” de los estudios científico-sociales (Sánchez. 1999: 143).

Volvamos al escenario nacional. En el cono sur como en México el marxismo penetra en todos los estratos sociales, principalmente en las universidades, pero más allá, el marxismo, se convierte en una parte de la cultura latinoamericana, forma parte de la cultura científica y política por lo que es indispensable pensar en tal ideología al hablar de los movimientos sociales, tan solo en nuestro país el caso de la relación que los marxistas mexicanos comenzaron a tejer con los estudiantes y universitarios data del año de 1920 aproximadamente (Bernstein. (s, f): 501). Y un gran factor que dio pie a relaciones organizativas entre estudiantes universitarios y la adopción del Marxismo como ideología entre ellos fue, además de la implementación de dicha teoría en el campo de las ciencias sociales, la constante combatividad de este sector. En los años 20 se celebró el primer Congreso Internacional de Estudiantes, en el que se aprobó la participación de los estudiantes en el gobierno de las universidades; en 1928 y 1929 se consigue la participación de organismos estudiantiles y el reconocimiento de estos a través de delegados en el concejo universitario; se concedió la autonomía a la universidad gracias a una huelga promovida por los estudiantes de leyes. Para el VII congreso la tarea fue sustentar una ideología Marxista, en los años 30 se intentó establecer una base científica para la educación, así en el décimo congreso se aprobó adoptar el Marxismo como marco filosófico y metodológico de la enseñanza universitaria. Sin embargo la aplicación presentó grandes dificultades ya que los sectores conservadores de las universidades presentaron una rotunda oposición. Además después del gobierno de Lázaro Cárdenas los sectores de la burguesía se fortalecieron y consiguieron cambiar la orientación y el carácter socialista de la educación. “Con el pretexto de que la universidad no debe ser pasto de ideologías extranjeras se le imprimió un carácter reaccionario y anticientífico a la enseñanza.” (Tecla. 1977: 10). El gobierno de Ávila Camacho introdujo la confusión y la violencia. Debilitó el movimiento aislando a los estudiantes del gobierno de las universidades y corrompiendo la organización estudiantil. El producto de dicha embestida fue la división dentro de la universidad, lo que permitió la introducción del modelo educativo burgués que quedó legalmente establecido a través de la Ley de la Universidad, aprobada en 1945 en la cual se rechazaban los sistemas democráticos de elección de rectores y se excluía a los estudiantes del gobierno de las universidades (Tecla. 1977: 11)

Hay que enfatizar la propuesta de una universidad socialista como algo positivo, pero no se debe ignorar la incongruencia que esto representa. Dentro de una sociedad capitalista no se puede introducir un modelo educativo marxista ya que la burguesía tiene el poder sobre los medios educativos, puede imprimirle un carácter orgánico a las instituciones educativas, mientras que el proletariado no puede plantearse tal cambio hasta que no transforme antes las estructuras económicas y políticas y no se consolide como la clase hegemónica.

“El intento de una universidad socialista cercana al pueblo como lo pretendía Bassols, entre otros, no dejo de ser un proyecto, una utopía. La correlación de clases se decidió en favor de la burguesía reaccionaria quedando la educación universitaria en sus manos.”(Tecla. 1977: 11)

A principios de la década de los años 50 el país comenzó un tránsito hacia un sistema capitalista monopólico, fomentando su carácter deformado y dependiente; contrajo créditos internacionales y se acopló al mercado de tecnología del imperialismo norteamericano. A continuación la Burguesía, haciendo uso del estado, extendió su influencia a todos los campos de dominación y de control. La educación recibe las modificaciones necesarias (modelos administrativistas para la educación superior) para la perpetuación del régimen social capitalista. Los intentos de implantar dichos modelos fracasaron ante la resistencia del movimiento estudiantil. En 1956 más de 120,000 estudiantes del Politécnico, de las Escuelas Normales Rurales, de las Escuelas Practicas de agricultura, de la Escuela Nacional de Maestros, de la Escuela de Educación Física, etc. se movilizaron ante las políticas reaccionarias del gobierno y el constante acoso a la educación popular. Los estudiantes universitarios se relacionaron estrechamente con el movimiento sindical, dieron apoyo a los ferrocarrileros, la vanguardia de la lucha obrera, hasta 1959 cuando el movimiento ferrocarrilero fue brutalmente reprimido y los sindicatos se habían convertido en meros instrumentos de manipulación y control de obreros. (Tecla. 1977: 12)

El Marxismo fue asimilado por la universidad como una teoría de izquierda y contextualizado, o al menos se intentó, para los eventos políticos y sociales que acontecían en Latinoamérica y México; en ella se apilaron los cuestionamientos que las vías de lucha generaban. Para la academia fue un medio de análisis y propuestas para afrontar la realidad y transformarla, para los estudiantes, un medio de acción y justificante de su lucha. Lo relevante en este hecho es que el marxismo como corriente teórica, metodológica, organizativa y cultural incluso, sigue vigente, aún dentro y fuera de las universidades se reivindica en todos los aspectos de la organización y la vida política.

Fuentes

Hart John M. (1974). Los anarquistas mexicanos (1860 – 1900).Sepsetentas. México.

Hermidia Ruiz A. (1986). Historia de la educación en el estado de Veracruz. Ediciones Normal Veracruzana. México.

Horowitz I. (1975). Los anarquistas II la práctica. Alianza. México.

Sánchez Vázquez A. (1999). De Marx al Marxismo en América Latina. Itaca. México.

Tecla J. (1977). Universidad, burguesía y proletariado. Ediciones de Cultura Popular. México.

Berstein H. (s, f). Marxismo en México 1917 – 1925. Pp: 497 – 516. Recuperado de  http://codex.colmex.mx:8991/exlibris/aleph/a18_1/apache_media/1YLNLR313XN1QYQKLTB3DCIDM1UXBP.pdf

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