transfobo

transfobo “Conoce a tu enemigo”, decía el estratega militar Sun Tzu. Para muchos revolucionarios el aplicar viejos análisis a nuevos fenómenos marcó que en la práctica desconocieran a que se enfrentaban. Su derrota era cuestión de tiempo.

En los años 20´s y 30´s del siglo pasado, en los momentos en los cuales el fascismo aún no consolidaba su poder y se encontraba en pulso con las fuerzas revolucionarias del continente, no fueron pocos los revolucionarios que jamás se dieron cuenta de la naturaleza del enemigo al cual se enfrentaban. Y evocando la lucha contra los grupos conservadores del siglo XIX (de naturaleza tradicionalista y religiosa), hacían llamados a enfrentarse a las fuerzas fascistas con los mismos análisis y las mismas estrategias con las cuales el movimiento revolucionario se había enfrentado a sus enemigos del siglo anterior, pues no comprendían que los fascismos europeos planteaban una novedosa forma de emplearse en la contrarrevolución y que incluso despreciaban a los viejos conservadores al considerarlos inadecuados y caducos. El fracaso de los Frentes Populares, la caída de la II República española, la formación del Eje (formado por muchos más países que los infames Alemania, Italia y Japón) y la Segunda Guerra Mundial tuvieron entre sus causas la incapacidad de estos camaradas de comprender la naturaleza de su desafío.

 

 

Obviamente cuando nos enfrentamos en nuestro tiempo con nuestros nuevos viejos enemigos hay cuestiones recurrentes en ellos que de inmediato nos ponen en guardia. Así sea por mero instinto de clase sabemos quiénes son nuestros adversarios, pero no siempre podemos definirlos, o peor, usamos para definirlos conceptos útiles para un periodo que ya no es el de nosotros. Eso no quiere decir que no debamos de juzgarlos, sólo que debemos de hacerlo con base en la especificad histórica que les permitió aparecer y desarrollarse. Eso quiere decir que si bien nuestro enemigo no es ni podrá ser fascista –al menos en su aceptación clásica-, pero tampoco quiere decir que no venga a ocupar el espacio histórico reaccionario que ocupó el fascismo en su momento.

Cuando pensamos en ultraderechistas se nos vienen a la mente bandas de neuróticos cabezas rapadas hinchados de esteroides o el señor Burns y sus valores decimonónicos convocando a la Liga de la Maldad. Y a pesar de ser grupos con los cuales estamos enfrentados no quiere decir esto que comencemos a hablar sobre ellos ahora: venimos a explicar fenómenos emergentes de nuevas expresiones de grupos derechistas que buscan mantener una apariencia democrática, tolerante, científica y con capacidad discursiva, más allá de la violencia física o económica, lo cual los vuelve aún más peligrosos ya que su capacidad de sugestión es mayor.

Y así como Richard Spencer -uno de los ideólogos de la alt-right en Estados Unidos- utilizó el pensamiento del filósofo marxista Theodor Adorno para subvertirlo y darle un marco teórico a sus ideas racistas –el identitarismo- los nuevos ideólogos de la derecha adoptan de la misma forma un lenguaje progresista, así, vemos como el Consejo Mexicano de la Familia y su “Autobús de la Libertad” manejan un discurso bastante “izquierdista”, declarando que la orientación sexual no nos hace ni mejores ni peores personas, reivindican el respeto a los derechos humanos y exigen una educación científica y racional, su lema es: “todos merecemos respeto” ¡Así cualquiera diría que sí a esas exigencias!

Pero en cuanto nos ponemos a investigar un poco más encontramos que aquello que entienden como “libertad”, “derechos” o “educación” tienen un significado diferente para ellos, o, más bien ellos le dan un significado distinto al habitual.

Encontramos en sus afirmaciones una serie de mentiras, medias verdades o verdades sacadas de contexto que hacen de este tipo de organizaciones un serio peligro para aquellos valores que dicen defender. Sus creencias son variadas: desde que existe una “naturaleza humana” y que esta asigna los roles afectivos, sexuales y sociales con base en el sexo con el cual nacemos; que la familia como institución fue establecida por “el Creador” y que esta es exclusivamente heterosexual; aspiran a descalificar al feminismo empleando pseudociencia que pretenden hacer pasar por ciencia, que el problema del mundo es la despoblación y no la sobrepoblación; que la economía debe de estar enfocada al beneficio de las familias; y finalmente, que solamente los progenitores tienen derecho a enseñar sus creencias morales a sus hijos y que el Estado no puede interferir en la enseñanza religiosa que le impartan a su descendencia, lo más importante para ellos.

Ese y no otro es el motivo por el cual un autobús con el hashtag “Conmisniñosnosemetan” recorre el país, un camión que en el estado español ya circuló sus principales ciudades al amparo de una AC –Hazte Oír- vinculada con el grupo ultracatólico El Yunque.

La verdad sea dicha, no es el único grupo con estas características en el país. Esta mezcla posmoderna entre fundamentalismo religioso (entendiendo el fundamentalismo como una forma de rechazo a los efectos secularizadores de la modernidad, pero surgido desde la modernidad tecnológica y científica) con un discurso liberal de multiculturalidad, tolerancia, respeto, democracia, etc., está estableciéndose como un referente importante entre los movimientos reaccionarios, tanto en los recientes como en aquellos que se adaptan a las nuevas corrientes ideologicas. No sin algunas dificultades podemos ver en esto un patrón que se repite en varias partes del mundo, a pesar de las barreras religiosas, como diversas agrupaciones políticas –cada una con sus particularidades y evolución propia- mezclan estas dos vertientes del pensamiento para establecer su propia agenda política.

¿Qué reclaman estos grupos? ¿contra qué se rebelan? Contra los (pocos) avances igualitarios logrados durante el proceso de secularización de la sociedad surgida de la modernidad, su enfrentamiento es contra los avances y conquistas de cierto sector de la izquierda que al menos en las apariencias se ha consolidado como hegemónico en los últimos años.

Hay que entender que de 1968 para acá el mundo ha visto surgir una “nueva izquierda” que, abandonando la lucha en el terreno económico y la conquista del poder, transitó de participar activa y concienzudamente la lucha de clases hacia la defensa de las “identidades” (así: en plural, de tipo étnico, de género, sexual, cultural, etc.), al tiempo que slogans como “sé el cambio que quieras ver en los demás” o “para cambiar el mundo cambia tu primero” han creado modelos donde la ética particular de algunos activistas pretende imponerse como moral universal, haciendo de la lucha radical una mera campaña de moralidad pública. La consecuencia de esto es que por un lado se han logrado progresos constitucionales, legales e institucionales importantes en la lucha contra el machismo, el racismo, la homofobia, etc., mientras que por otro lado no se ha cambiado la base económica y política que ha permitido que estos problemas persistan con el tiempo, haciendo que estos avances pierdan simpatía por parte del público al cual están enfocados, creando una disociación en la cual pocos se atreven a ser machistas, homófobos y racistas en su lenguaje y formas mientras que vivimos en una estructura social que adolece profundamente de estos prejuicios y conductas discriminatorias.

Son en estas contradicciones en las cuales la nueva derecha posmoderna medra. Sabe que la batalla del lenguaje ya la perdió y al menos a corto plazo no puede volver a ser abiertamente clasista, racista, machista, homofóbica, etc. Eso se lo deja a los grupos conservadores que el propio relevo generacional agotara en poco tiempo o a los grupos de choque de origen lumpen que intervienen en instancias no constitucionales (como paramilitares o porros), y que por lo tanto no actúan a la luz pública ni pueden articular su discurso en los medios de comunicación. Por lo tanto, la nueva derecha ha colonizado el lenguaje liberal e incluyente para dar lugar a una forma “progresista” de reclamar sus exigencias retrógradas al tiempo que emplea canales democráticos para exigir cabida a sus soluciones antidemocráticas.

De ahí que esta nueva derecha posmoderna incluso tome elementos anteriormente subversivos de la contracultura para hacer pasar su lucha reaccionaria en términos revolucionarios: ¡afirma enfrentarse al Estado del cual ellos mismos son parte! ¿Cómo logran crear este discurso? Aprovechándose de las debilidades ya mencionadas: son las dos ya mencionadas, la lucha igualitaria vence en los medios de comunicación y en varias instituciones estatales, pero deja de lado la lucha por la igualdad económica, al tiempo que en una fracción de los militantes igualitarios encontramos una actitud moralista y epistémicamente subjetivista del tipo “no puedes entenderlo ni criticarlo si no eres mujer/indígena/homosexual/inmigrante/etc.”, intransigente y poco dada al dialogo, que confunde moral con lucha política y genera la incomprensión y el rechazo de buena parte de la sociedad que acaba por ver en la lucha igualitaria una salida falsa que además de no satisfacer sus demandas los descalifica y humilla todo el tiempo en términos morales: esta debilidad fruto las contradicciones de la izquierda posmoderna es instrumentalizado por grupos derechistas para emplearse como ariete contra las escasas conquistas logradas.

En las acciones y su discurso de la derecha posmoderna vemos una doble actuación: por un lado advertimos un constante uso del lenguaje y las demandas de la izquierda posmoderna, pues exigen que se reconozca su estilo de vida y se les permita reproducir en sus hijos comportamientos e ideologías retrogradas, incluso haciendo llamados a una coexistencia multicultural y a la tolerancia mientras se encuentran en minoría, al mismo tiempo aparecen practicas sumamente intolerante, desde el uso constante de descalificaciones, insultos, provocaciones y en ocasiones agresiones físicas para después escudarse en las llamadas abstractas de “respeto” y “tolerancia” cuando se responde a sus ataques o en afirmar que no era contra los agraviados los asaltos que anteriormente lanzaron –una actitud típica y sumamente cobarde en ellos va con la frase “yo solo avente el saco al público”-; todo esto para, tan pronto como cuentan con suficiente capital humano, pasar a la ofensiva mediática para imponer su propia agenda política.

Tienen éxito en la medida que su propio enemigo ideológico (la nueva izquierda) creo esas mismas condiciones al renunciar a la lucha por el socialismo para abocarse a la defensa de la multiculturalidad.  Rancière explica que muchas veces, la victoria en política consiste (cuando hablamos del plano ideológico) en el reciclado de los términos del enemigo, ahora dirigidos contra ellos mismos; siguiendo esa línea argumentativa la derecha posmoderna está ganando.  Muchos izquierdistas formados políticamente en el esquema posmoderno encuentran imposible rebatir los argumentos de la derecha posmoderna ya que comparten la misma base epistémica e ideológica de la “nueva izquierda”, los cuales, impotentes para desarticular el discurso de estos nuevos grupos están recurriendo a brotes viscerales de violencia vandálica que fuera de un momentáneo desahogo o algunos comentarios positivos en redes sociales poco ayudan para reducir la influencia de los grupos de derecha posmoderna que incluso gozan de señalar la “intolerancia de los tolerantes”, al tiempo que aparecen como víctimas ante los medios de comunicación.

Al mismo tiempo, la derecha posmoderna recurre a una estrategia bastante perversa: afirma construir su discurso mediante la racionalidad mientras crea y participa en la proliferación de bulos, desde acusaciones que la ONU o el gobierno federal obligará a los niños a tomar hormonas para cambiar de sexo hasta difundir supuestos pronunciamientos por parte de grupos igualitarios donde supuestamente afirman que es legítimo tener sexo con un niño o niña y que ahora la lucha es volver esta práctica algo legal. En cuanto se les señala que estas son mentiras pasan rápidamente a otra acusación igual o más increíble o directamente a negar que esa propaganda viniera por parte de ellos, recurriendo a una falacia típica de los libertarios económicos (en este aspecto, por ejemplo, anarcocapitalistas y neoliberales utilizan el mismo argumento, al provenir ambos de la misma clase social, siendo los primeros la vertiente fundamentalista y perversa de los segundos) al argumentar que sus errores no son propios sino malinterpretaciones producto la incomprensión o la mala fe de sus enemigos ideológicos, todo esto con la idea de construir entre la población a la cual su propaganda va dirigida un siniestro enemigo –así sea falso- a vencer (la estrategia fascista).

Y mientras esto ocurre el miedo se apropia de amplias capas de la población que corren presurosos a los brazos de estos grupos derechistas que utilizan la supuesta defensa de valores tradicionales y las apelaciones a la irracionalidad mientras exigen tolerancia y respeto como herramienta política. Ante este escenario pareciera que poco se puede hacer para evitar que estos grupos sigan imponiendo su agenda política disfrazada de defensa religiosa que medra en todo el mundo. La izquierda multiculturalista no tiene una salida, atrapada como está en sus propias dinámicas. Slavoj Žižek afirma que el problema es tal que incluso en algunos países de Europa hay amplios sectores (incluidos muchos LGBT de clase media) que durante mucho tiempo fueron el electorado de los partidos de la izquierda posmoderna están votando por partidos nacionalistas ya que ven en ellos a sus únicos defensores ante la intolerancia y las agresiones físicas de la histeria militante de muchos inmigrantes islamistas que aprovechando las tolerantes e incluyentes leyes europeas impulsadas por la izquierda posmoderna buscan imponer la sharia como ley en el continente.

Con estos elementos vemos un breve mapa de cómo está actuando la derecha posmoderna global que al igual que el viejo topo del que hablaba Marx pasó inadvertido hasta su irrupción a la superficie, sólo que ahora no hablamos de un movimiento revolucionario sino de su contrapartida histórica.

Sin embargo, hay algo que estos grupos no se han ocupado y que los convierte en gigantes con pies de barro: jamás han buscado articular una alternativa económica y política a la derecha tradicional (neo)liberal, es más: ¡una parte muy importante de ella (la que está la cabeza en la mayoría de los casos) pertenece económicamente a ella! El carácter sumamente reaccionario de estos grupos les permite asimilar su fundamentalismo al discurso posmoderno y fortalecerse en el miedo, lo cual a la larga les impide proyectar una alternativa real al neoliberalismo, siendo los principales ejecutores de la violencia simbólica que complementa la violencia sistémica inherente al capitalismo.

Este espacio sigue vacío. Toca ahora a la izquierda aprender de sus errores: el multiculturalismo despolitizado es la forma ideológica que el capitalismo liberal actual ha adoptado para presentarse a sí mismo, esa bandera ya no es propia de la izquierda al ser algo en la que el propio capitalismo ha decidido ceder –el capitalismo puede sobrevivir independientemente si el capitalista es asiático, transexual o mujer-. Toca reactivar la lucha política no en el terreno cultural si no en el económico, que es donde realmente se decidirá el futuro ¿o se imaginan a la burguesía cediendo por las buenas en el único terreno que realmente les importa?

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