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42990413 245569219488284 3298814081972043776 nEs 2 de octubre del año de 1968. Son aproximadamente las 18:15 de la tarde y en la Plaza de las Tres Cultura de la unidad habitacional de Nonoalco – Tlatelolco se desarrolla un mitin informativo del Consejo Nacional de Huelga. El principal tema a tratar era la cancelación de la marcha hacia el Casco de Santo Tomás, sede del Instituto Politécnico Nacional en ese momento en manos del ejército mexicano; esto, con el objetivo de no provocar más confrontaciones entre el movimiento estudiantil y el ejército. Esa mañana, una delegación del CNH había sostenido un encuentro con representantes de la presidencia de la república, por lo que la dirigencia estudiantil consideró ceder un poco para evitar las confrontaciones que ya habían provocado una decena de muertes en las filas estudiantiles y así, generar las condiciones para el anhelado dialogo. Así mismo, se planteó la propuesta de posponer las movilizaciones estudiantiles durante el desarrollo de los juegos olímpicos que tendrán lugar en 10 días.

El mitin transcurría con tranquilidad, teniendo una asistencia de un aproximado de 5 mil espectadores entre los cuales había estudiantes, trabajadores, vendedores ambulantes, simpatizantes de la sociedad civil y vecinos de la unidad. Un contingente del ejército fuerte mente armado toma posición desde la retaguardia de la plaza. Los asistentes al mitin se inquietan, por lo que el orador llama a guardar la calma, recordándoles que la marcha hacia el Casco de Santo Tomás se cancelaba y que una vez concluido el mitin retornaran a sus casas sin caer en provocación.

 

Pero súbitamente, el cielo se ilumina con el fulgor de una luz de bengala y un helicóptero surca el cielo. El terror se desata, detonaciones de arma de fuego se ciernen sobre los manifestantes. Desde el balcón del tercer piso del edificio Chihuahua un grupo de hombres con guante blanco aprende a los miembros del CNH, mientras los soldados abren fuego contra los manifestantes. Cientos tratan de huir, otros, caerían muertos en la plaza, en sus calles aledañas, en los pasillos y departamentos de los edificios vecinos. El tiroteo termina a altas horas de la noche, hay cateos ilegales, se escuchan disparos aislados, camiones del ejército llevan cientos de detenidos y muertos, mientras el departamento de limpieza del Distrito Federal apoyados por el cuerpo de bomberos limpia la plaza. Al día siguiente solo hay silencio.

A Joseph Goebbels, el infame ministro de propaganda del régimen nazi, se le adjudica la autoría de la frase: “una mentira repetida mil veces se convierte en verdad”. Precisamente la labor de la propaganda es esta, crear verdades acordes a las necesidades del régimen político. Pero en el caso del Estado mexicano las llamadas verdades históricas con las que ha buscado justificar sus acciones autoritarias y antidemocráticas a lo largo de nuestra historia reciente, caen por lo general en el terreno de lo inverosímil, provocando que sus versiones oficiales siempre se derrumben ante el peso de los hechos y que, casi desde el primer instante, las versiones oficiales sobre cualquier acontecimiento siempre sean tomadas con escepticismo.

La conjura comunista y el plan para desacreditar a México:

En el caso del movimiento del 68, desde el inicio de las movilizaciones estudiantiles, el gobierno mexicano adjudicó su origen a grupos comunistas que trabajaban bajo las órdenes de la Unión Soviética y Cuba con el propósito de desestabilizar a México y sabotear los juegos olímpicos, una “conjura comunista”. Tales afirmaciones, por supuesto, se hacían sin aportar ni una sola prueba que las fundamentará. Tanto así que un reporte de la CIA desmentía por completo la versión oficial de la “conjura comunista”:

“Usted pregunta en qué medida los comunistas cubanos u otros grupos extranjeros están involucrados en los disturbios mexicanos. El análisis de la CIA concluye que las manifestaciones estudiantiles surgieron por conflictos internos y no por manipulaciones de cubanos ni de soviéticos” (Montemayor, 2010, p.41-42)

La creación de la “conjura comunista” buscaba crear ante la opinión pública, la imagen aterradora de unos jóvenes violentos que buscaban destruir las instituciones emanadas de la revolución mexicana. A los estudiantes se les presentaba en los medios y discursos oficiales como “agitadores”, “apátridas”, “traidores”, “guerrilleros”, “terroristas”, y “extranjeros” dispuestos a todo con tal de desacreditar la imagen de México y contra los cuales, debía ejercerse todo el peso de la autoridad, no importando si debía aplicarse la “mano dura”.

Es por eso que el día 3 de octubre, los medios de comunicación, sojuzgados totalmente por el gobierno federal enuncian al unísono la que sería la primera versión oficial de la masacre de Tlatelolco: Los estudiantes, armados con rifles de francotirador atacaron a los soldados que se proponían a simplemente desalojar la plaza de las tres culturas, provocando deliberadamente la matanza.

Es así como los principales diarios del país, Excélsior, Novedades, El Universal, El Heraldo, La Prensa, El Día, El Nacional y Ovaciones hacen énfasis en que la tropa se vio obligada a responder al fuego, que el general Francisco Hernández Toledo recibió un disparo, algunas versiones dicen que en la nalga, otras en el cuello, en el tórax o en la espalda, y, por supuesto, que la principal víctima en aquella plaza de las Tres Culturas fue el ejército, y que gracias a su sacrificio la patria fue salvada. Así mismo, el número de muertos varía en función del diario que publicaba las cifras, para Excélsior había 20, para Novedades 25, para el Universal 29, para el Heraldo 26. Y, por supuesto, no podría faltar el factor criminalizador contra los estudiantes, terroristas según el Universal, criminales según el Día, guerrilleros y saboteadores según el Sol de México.

A pesar de todo el aparato propagandístico la versión oficial no logra convencer a la opinión pública, en todo caso, las acciones represivas logran intimidarla al hacerle ver lo que era capaz de hacer si alguien cuestionaba al poder. Pero el Estado mexicano buscaba limpiar su imagen, tratar de hacer creer que las verdaderas víctimas fueron las instituciones y los estudiantes que fueron llevados al matadero por culpa de los intereses oscuros de los miembros del CNH.

Es así como aparece a principios de 1969 un misterioso libro llamado ¡El Móndrigo!: Bitácora del Consejo Nacional de Huelga. Dicho libro comienza con una “explicación necesaria”, nos relata, que en el pasillo del tercer piso del edificio Chihuahua fue encontrado el cadáver de un joven que entre sus brazos protegía un portafolios que en su interior contenía el diario con las vivencias que este joven tuvo a lo largo del movimiento estudiantil, y que, a pesar de ser identificado como un miembro importante del CNH, nadie lo reconoció más que por su apodo, el Móndrigo.

El protagonista relata a lo largo de las páginas como el movimiento estudiantil aparentemente se planeó en agosto de 1967 cuando los que serían líderes del CNH asistieron a la Junta Tricontinental en la Habana, y que estos aprovecharían la trifulca estudiantil del día 22 de julio para manipular a los estudiantes y enfrentarlos contra el gobierno. Así mismo, relata que, al verse derrotado políticamente el CNH después de la marcha del silencio, estos decidirían provocar una matanza para que el pueblo mexicano culpara al ejército y así producirse la revolución socialista, siendo el mitin de Tlatelolco el lugar perfecto para realizar tal acto.

¡El Móndrigo! En realidad, es un libro hecho por el departamento de contra propaganda de la Dirección Federal de Seguridad. Su redacción recayó en manos de Jorge Joseph Piedra, agente secreto al servicio de la Secretaría de la Presidencia de la República, aunque algunos testimonios también señalan al entonces director federal de seguridad Fernando Gutiérrez Barrios como uno de los redactores del libelo (Munguía 2013). El objetivo de este libelo era el de difamar y criminalizar a los líderes del CNH así como a las principales figuras de oposición del país en ese momento, desde José Luís Cuevas a quien acusan de prestar su hogar para reuniones conspirativas hasta José Revueltas quien habría proporcionado las armas directamente traídas desde Cuba. El libelo, también, culpaba al CNH de haber provocado la masacre de Tlatelolco, es decir, el testigo convenientemente muerto y anónimo confirmaba la versión oficial de los hechos:

“En la proposición se establece que el mitin del día 2 deberá concluir en hecatombe, pues en ello estará nuestra victoria. Habrá que insistir que vayan madres con niños. Mientras más caigan, mayor será la furia e indignación nacional y mundial. Entonces estallará un paro de actividades en fábricas, comercios, oficinas públicas y transportes, cosa que aprovecharán nuestros amigos en el Ejército, compañeros de viaje, para desconocer a sus comandantes y tomar la dirección de las batallas. (…) Un plan secundario derivado del anterior fue elaborado por Sócrates, Nahún Solano y Gilberto Guevara, y consistía en esconder en diversos edificios contiguos al Chihuahua a varias columnas de estudiantes y maestros convenientemente armados. Cuando el ejército acordone al mitin, a una señal dispararán contra los soldados; y estos, al contestar, lo harán sobre los estudiantes y gente del pueblo congregada en la plaza. La matanza será segura. Cuarenta y ocho horas después, el paro general y los desórdenes en todo el país harán caer al gobierno y el poder pasará a nuestras manos”. (El Móndrigo, 1969, p. 177)

El libelo, editado por la inexistente Editorial Alba Roja tuvo cuatro ediciones en total y de acuerdo con testimonios, apareció en todos los puestos de revistas del Distrito Federal y era obsequiado afuera de escuelas secundarias, preparatorias y centros universitarios tanto en el DF como en todo el país. El texto combina una redacción novelesca y dramática mediocre con transcripciones textuales de los informes de inteligencia recabados por los agentes de la DFS. De hecho, al ser desclasificados los informes de dicha dependencia en el año 2000 se descubrió que algunas páginas del ¡Móndrigo! coincidían casi en todo salvo las ligeras modificaciones que Piedra tuvo que realizar para adaptarlos en un estilo narrativo.

A pesar del esfuerzo que el Estado mexicano hizo para imponer su versión oficial, ¡El Móndrigo! no generó el impacto esperado, en primera porque es fácil advertir su obvia intención difamatoria y criminalizadora y en segunda por el peso de los testimonios de los sobrevivientes, así como la condena que la prensa internacional y reconocidos miembros de la vida académica, artística e intelectual de México hicieron contra el gobierno mexicano y sus actos represivos, lo cual ayudó considerablemente a derribar la primera versión oficial.

A finales de 1968, la escritora Elena Poniatowska emprende la tarea de juntar y recopilar los testimonios de sobrevivientes y testigos de la masacre. Gracias a esta labor se publica en 1971 La Noche de Tlatelolco, el cual hasta la fecha es un referente obligado para entender al movimiento estudiantil y la masacre de Tlatelolco. La obra le da la palabra a los que sobrevivieron a las balas y relata el horror vivido aquel día y saca a la luz sucesos importantes ocurridos durante la masacre. El más importante de ellos es la actuación de hombres vestidos de civil y que portaban un guante blanco, los cuales, desde distintos puntos comenzaron el enfrentamiento y trabajaron coordinadamente con el ejército. Hoy en día sabemos de la existencia del Batallón Olimpia, pero para la versión oficial no existían, ni siquiera en ¡El Móndrigo! son mencionados o se hace referencia a ellos.

Junto con el trabajo de Poniatowska comienzan a salir a la luz diferentes textos con testimonios de los sobrevivientes: Tres culturas en agonía de Jorge Carrión, De la ciudadela a Tlatelolco de Edmundo Jardón; Textos que además, son censurados por la secretaría de gobernación que incluso llega a ordenar desaparecer tirajes completos de las librerías para ser destruidos en una trituradora industrial (Munguía 2013).

La secretaría de gobernación trataría de responder a los trabajos periodísticos y académicos con otro libro lleno de hilarantes teorías, Tlatelolco, historia de una infamia de Roberto Blanco Moheno retoma la tesis central del Móndrigo pero desde una interpretación pseudoacademica. Para Moheno, el virus comunista llegó con los refugiados republicanos que llegaron a México huyendo de la dictadura Franquista, posteriormente da el salto al año de 1965, teorizando que el asalto al Cuartel Madera ocurrido el 23 de septiembre de ese año fue el primer intento de Cuba por desestabilizar a México. Esta última afirmación proviene de otro libelo publicado por la DFS en 1968 llamado ¡Que poca Ma…dera la de José Valdez! Escrito por un también inexistente Prudencio Godinez Jr, un supuesto sobreviviente del Grupo Popular Guerrillero que afirmaría que Raúl Castro dirigió las acciones del profesor Arturo Gámiz y el Dr. Pablo Gómez, líderes del GPG. Posteriormente, Moheno concluye su texto repitiéndonos lo mismo que en el ¡Móndrigo!: Los estudiantes atacaron a los soldados y a sus propios compañeros.

El texto pasa sin pena ni gloria, los testimonios de los sobrevivientes se imponen a la verdad oficial. Se propagan, se guardan en la memoria de los movimientos de resistencia, trascienden a la literatura, a la música y al cine, y el Estado mexicano se sume en el silencio. La inverosimilitud de la primera versión oficial solo es defendida por los representantes del régimen, entre ellos el propio Gustavo Díaz Ordaz que en su último informe de gobierno, orgulloso, asume la responsabilidad histórica por los hechos. Antes de su muerte, en 1976, notablemente desesperado, insiste en que miembros del movimiento estudiantil dispararon “perversamente contra los soldados y contra sus propios compañeros”.

Continuará…

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