festival de cine

“¿Y tú qué?” fue la cálida bienvenida que se leía en el gafete que recibí en la mesa de registro, a escasos metros de la carretera entre San Cristóbal y Comitán, en Amatenango del Valle, por donde no dejaban de pasar antorchistas y peregrinos guadalupanos montados en camiones y motocicletas. Llegué el 10 de diciembre al nuevo caracol 12 Tulan Kaw (“caballo fuerte” en tzeltal y tojolabal) sin una idea muy clara de lo que tenía que pasar ahí. En los demás festivales es muy fácil, pones tu mejor cara de pedantería, recibes cada simulada adulación que te llega con una enorme sonrisa, la menos natural que tengas, eliges unas cuántas películas y haces tiempo para ir a la gala y a los cócteles a escuchar inciertas promesas de proyectos ambiciosos y supuestamente innovadores que nunca llegan, y obviamente a emborracharte las preocupaciones por un rato.

Pero aquí había algo extraño, algo diferente. Parecía como si en verdad la gente estuviera interesada en el cine, pero no en el difuso discurso con el que los cineastas intentan explicar las ideas que subyacen sus películas y que la mayoría de las veces ni siquiera están ahí, presentes en lo que uno mira en pantalla. No, aquí realmente parecían importarles las películas, las creaturas. Aquí ellas hablaban con fuerza. Reunían a la gente dentro de “la ballena”, aquél auditorio de tres pantallas, Marichiweu, que significa “diez, cien, mil veces venceremos” en mapuche; en los buenos ratos esa era la cantidad de rostros que podías ver dentro de esa enorme barriga; de todas las edades y colores, jugando, porque aquí me acordé que el cine es juego; riéndose, porque aquí también es gozo; angustiados, nerviosos, reflexivos y triunfantes dentro de este monstruo

Un momento, hablando de monstruos, ¿a dónde se había ido mi creatura?

Habían tenido que recorrer mi proyección porque debido a una escala que tuve que hacer en Ciudad de México, llegué un día después de lo previsto. Por primera vez me había sentido preocupado por mi película, por esa cosa que uno engendra, con muchas dificultades, sí, pero que en cuanto queda terminada, ya no quieres saber nada de ella.festival de cine 3

Era el cuarto día de la segunda edición de un festival que había comenzado el 7 de diciembre y que concluiría el domingo 15. Parte del “Combo por la vida: diciembre de resistencia y rebeldía”, que incluye un festival de danza, un encuentro de mujeres, un foro en defensa del territorio y la Madre Tierra, y que en conjunto celebran el 26 aniversario del EZLN, “del inicio de la guerra contra el olvido”. 26 años de un documental inconcluso, “vuelva para el siguiente alzamiento”, dicen Los Tercios Comp@s, 26 años de “hacerse pat@s” ¿Hacerse pat@s? Otras Campañas, marchas del silencio, escuelitas zapatistas, seminarios sobre La Hidra Capitalista y los Muros del Capital, festivales de las Resistencias, la campaña de Marichuy, varios compartes y conciencias, encuentros de mujeres que luchan, festivales de cine y hartos MAREZ y caracoles nuevos. Tenemos casi la misma edad. Les mentiría si les digo que nací en el 94, porque nací en el 95, pero les digo la verdad cuando pienso que nací ese año, porque hacia esas fechas se remonta mi rebeldía, la que me heredó el zapatismo y mi madre, que en paz descanse; apenas voy por mi tercer cortometraje y ellos ya llevan toda una saga. Si no hace falta que le jalen a uno las orejas para sentir tan recio el “¿y tú qué, compa?”.

festival de cine 7Igual me hice pato y me sentí en plena confianza de entrarle sin miedo a los tacos, a las chalupas y a las empanadas que los zapatistas vendían en un alargado comedor con un letrero que lo atravesaba: “ZAPATISTAS”, decía; y se tornaba magenta y neón por las noches, cuando el frío se ponía más cabrón y se antojaba un cafecito. Le entré también a las palomitas que brotaban a los costados de la ballena, nunca me duraron ni 10 minutos de película. Lo bueno que había refill; la cosa era abastecerse entre función y función. Tragué un chingo, pues y miré cuanto pude de películas.

El martes me eché Sanctorum de Joshua Gil, Ya no estoy aquí de Fernando Frías de la Parra, los documentales El Guardián de la Memoria de Marcela Arteaga y Titixe de Tania Hernández y hasta un cuento del Galeano con coreografía, palomazo y toda la cosa, que me dejó pensando que si de pronto me agarra un antojo de elote allá en las montañas del sureste mexicano, no va a estar fácil, porque hay que saber la técnica, los calendarios y las mañas necesarias para sembrar y cosechar la milpa, de la que según saca uno su elote, en lugar de andar viendo a cuántos intermediarios les pide uno paro para saciar su antojo y para terminar luego todo endeudado; “Pero qué necesidad” diría Juan Gabriel. En fin, ya el miércoles vi las no-ficciones Kuxlejal de Elke Franke, Rapsodia de Antonio del Rivero, Retiro de Daniela Alatorre, Voces de barro de Tania Paz, el cortometraje Las Lecciones de Silveria de Yolanda Cruz y el largometraje Antes del Olvido de Iria Gómez, que hasta porra llevaba con sus dos niñitos; el jueves no alcancé la función de Los Nacimientos de Celia de Carlos Hagerman, pero sí me aventé los cortos Mamartuille de Alejandro Saevich y Arcángel de Ángeles Cruz, el docu 45 días en Jarbar de César Aréchiga y las ficciones Mano de Obra de David Zonona y Chicuarotes de Gael García Bernal.

festival de cine 6No se las platico porque les digo que yo nomás fui a comer palomitas, les diría que igual y en streaming, en FilminLatino las encuentran, pero eso de verlas solito uno en su casa es un acto muy onanista; no es lo mismo, se pierde esa convivencia tan bonita con la que yo me reencontré por acá en el Tulan Kaw, esa que les ando platicando. Dicen los zapatistas que el cine es algo más, mucho más que la película, que es también la sala, el ambiente festivo, la celebración de la vida, la oportunidad de mirarnos y escucharnos todos nuestros suspiros cuando por fin los protagonistas se dan un beso, ¿los protagonistas?, ¿o eran estos dos muchachos que andaban echando novio aquí nomás, atrasito mío? Es crear comunidad, pues. Yo le agregaría el acto creativo, bueno, bueno, es Godard quien le agregaría que “sólo el cine vio que si cada uno hace su tarea, las masas se organizan solas, siguiendo un irreprochable equilibrio”. La tramoyista diseñando el complejo andamiaje que sostiene la sagrada iluminación que dota de expresividad a los actores, el gaffer revelando los misterios de la electrodinámica, la fotógrafa pintando los sueños, acomodándolos como puede en el cuadro, el sonidista advirtiendo la calamitosa jauría de perros y corridos que se avecinan; vestuaristas, directores, asistentes de dirección, productores, quienes diseñan los créditos, editores, coloristas, músicos; todos; porque así es el zapatismo: “te dice y te pregunta: ‘aquí estamos nosotras y nosotros haciendo esto aquí, ¿qué estás haciendo tú allá?’ […] no hay nadie a quién reclamarle ni a quien darle cuentas sino al pinche espejo […], o sea que [con el ejemplo] te obligan a que te hagas responsable de ese amor [y de ese respeto que los zapatistas entregan sin distinción a quien quiera que preste sus oídos para escucharles su palabra] “. (Dicen la Voz de las mujeres zapatistas civiles e indígenas en el libro Pensamiento Crítico Frente a la Hidra Capitalista I). Hacerse responsable también de ese rincón donde uno busca esconderse.

festival de cine 5Pero por más que yo buscaba dónde esconderme, no podía evitar ser acechado por esas agudas miradas que se asoman desde los pasamontañas, esas que no dejan de escudriñarte, no el rostro, sino el alma. Advertido estaba yo de que me iban a llevar a juicio, a “un tribunal, pero sin abogado defensor… y sabiendo que eres culpable”. Culpable de mi paternidad irresponsable. De engendrar creaciones sin preguntarme ¿para qué ni para quién? Mejor estudiado tiene a su público el algoritmo ese (SkyNet, según Galeano) que tanto mentaron en el festival, ése que evalúa los momentos donde hay repuntes en el rating, ahí donde hay sangre y monas encueradas y que termina por condicionar las historias y guiones que hacemos. Y yo sin una pinche idea de a dónde se había ido a meter mi película. Pero como que la mirada de los zapatistas ya comenzaba a cumplir su cometido: el de ponerlo a uno incómodo y reflexivo.

Miradas…

Dice el subcomandante insurgente Moisés que para ellos, los y las zapatistas, “el arte se estudia leyendo en la mirada, estudiando en la escucha, practicando”. Acá en el Puy Ta Cuxlejaltic, pudieron leerse la de Diego Osorno, la de Joaquín Cosío, la de Dolores Heredia, la de Chema Yazpik, la de Marina de Tavira y la de Diego Luna, por ejemplo. Nomás me quedé con las ganas de conocer la de Ciro Guerra, uno de mis cineastas favoritos, quien ha sabido ver e incitar la última gran Odisea del hombre, la del regreso a su humanidad; la aventura humana, esa aventura que no acaba nunca. Decían también que “las artes cavan en lo más profundo del ser humano y rescatan su esencia. Como si el mundo siguiera siendo el mismo, pero con ellas y por ellas pudiéramos encontrar la posibilidad humana entre tantos engranajes, tuercas y resortes rechinando con mal humor”. La oportunidad de hablar hacia el futuro, hacia lo imposible, pienso yo. De sembrar semillas repletas de una humanidad esperando florecer.

Mirar al otro, ser sorprendidos mirando, provocando que tengamos que mirarnos a nosotros mismos. Un diálogo de miradas, un carnaval de perspectivas como el mejor antídoto contra los pensamientos únicos. Esa es la potencia de la imagen en movimiento, del cine que quiere compartir y crear comunidad.

Seguí mirando así como me instaban los zapatistas, cada vez más profundo. Así hasta que por fin me hallé una extraña creatura, temerosa, pero alegre, muy alegre de verme. Nos miramos por un rato, hasta que pude hallar en su mirada pedacitos de mí. Vi a mi abuelo que había sido ferrocarrilero, pero en los ojos de la creatura se volvía un viejo fogonero que por 49 años había trabajado en la misma fábrica de Tequila, hasta que finalmente lo despidieron injustificadamente, acusándolo de robo. Vi un espíritu incansable y trabajador, como el de mi abuelo, que aún a sus setenta y tantos, veía el modo de hacer nieves de garrafa, de barrerle la calle a los vecinos, de hacerles sus mandados, para que “siga el cuerpo activo” y sí, también para sus pulques, ¿por qué no?; para su “hora azul” decía él, esa hora donde se dejaba llevar por los boleros de Agustín Lara y los ritmos de las “Grandes Bandas” (Big Bands), ahogando sus penas y soltando la mirada para que ésta se perdiera en las entrañas del misterioso dolor que lo cobijaba.

Abracé a mi creatura porque vi en ella todo lo que ya había olvidado de mí mismo. Sobre mi espíritu tensado como una tela, el cine proyectó mis recuerdos. Una memoria compartida: lo que se ve, lo que se siente, lo que se ama, lo que se pierde, los pensamientos fugaces, las tristezas y la fe en algo bello.

festival de cine 2Atravesé, junto a esas decenas, cientos y miles de corazones el mismo sueño del que no tengo más constancia que esta hermosa flor que al encenderse las luces de la sala, aún llevaba en mis manos, que la verdad no sé si sea real o no, pero al final de cuentas de eso se trata el cine: de creer por un rato que lo que se mira es verdad.

“Sí, la imagen es felicidad, pero cerca de ella la nada permanece y toda la potencia de la imagen sólo puede expresarse acudiendo a ella”. (Jean Luc Godard, “Historia(s) del cine”).

Me vine de regreso a la ciudad, llevándome mi creatura de vuelta a casa y un espejo que ellos me regalaron para seguirme mirando. Me devolví a mi tierra agradeciendo a los zapatistas el haberme enseñado a abrir senderos, a enunciar esperanzas, por alentarme a seguir creando. Por decirnos “Hagan lo que tengan que hacer para comer, comerciales, mañaneras, pero no suelten el cine”.

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