El sol se ha ocultado desde hace algunas horas, a lo lejos se oye el sonido de un tren a toda prisa, el frio de la noche ha dejado empeñadas las ventanas, por las cuales se alcanzan a distinguir, alumbradas por la luna, las imponentes montañas de la sierra chihuahuense.  

Pareciera una noche como cualquier otra, pero no lo es, pues mientras la población de ciudad Madera duerme en relativa calma, en ese pequeño cuarto, un grupo de jóvenes que no pasan de los 30 años están a la espera de que llegue la hora indicada para tomar las armas y atacar el cuartel militar.

 

Arturo está en la ventana, tiene la mirada fija en los enormes árboles que crecen arriba de una cuesta. La actividad forestal es la principal fuente de riqueza de la ciudad, una riqueza mal distribuida, pues desde hace mucho las tierras les fueron arrebatadas a sus legítimos dueños por un grupo de parásitos que viven del trabajo ajeno.   

Pero esta noche todo cambiará, atrás quedó el pedir amablemente al gobierno que haga justicia, el camino legal fue descartado desde hace mucho, había que hablarle a los poderosos en el único lenguaje que entendían, el de las balas.

La tan mentada revolución solo formaba parte del discurso oficial, los anhelos de un México más justo perecieron junto con Zapata y Villa, sin embargo, desde una pequeña isla caribeña llegaba un soplo de vida.

Hace algunos años el pueblo cubano se había liberado de sus cadenas a través de una revolución armada, comandada por un hombre de larga barba y grandes ideas, un tal Fidel Castro. Las tácticas y estrategias utilizadas por aquel grupo de hombres y mujeres para alcanzar el tan glorioso triunfo estaban compiladas en el libro Guerra de Guerrillas, escrito por uno de los protagonistas de aquel hecho histórico, el Doctor Ernesto Guevara.

Pablo se acerca rifle en mano, es hora de tomar sus sueños por asalto. El plan es sencillo, se dividirán en grupos de cuatro, atacaran el cuartel llevándose todo el armamento que encuentren, posteriormente tomaran la ciudad, expropiaran el banco y transmitirán su mensaje revolucionario a través de la radio.

A las 5:45 de la mañana los militares se levantan para ir a desayunar, el grupo guerrillero se ha dispersado para cubrir todos los puntos, cuando lo sienten oportuno cargan sus armas y le gritan a los uniformados: “¡Ríndanse, los tenemos bien rodeados!”

Entonces empiezan los balazos, los soldados desconcertados se tiran al suelo y comienzan a responder dando tiros a lo loco, el fuego nutrido alerta a los demás en el cuartel y pronto el pequeño grupo de 13 hombres comandado por el profesor normalista Arturo Gámiz se ve rodeado por un centenar de militares.

La situación se complica, los dos grupos que debían venir a apoyar no llegan, el sol comienza a despuntar al alba haciendo más fácil que los soldados los vean, urge salir de ahí, pero no hay modo de hacerlo.

El silbido del tren es su sentencia de muerte, las luces de la locomotora infernal terminan por delatar a los guerrilleros que están cerca de las vías, uno a uno van cayendo, solo 5 logran escapar.

El gobierno del Estado y los medios locales minimizan el suceso, es algo que pudo haber ocurrido en una fiesta o en una cantina dicen, aquel grupo de soñadores formado por médicos, maestros normalistas y campesinos son presentados como drogadictos ideológicos, vulgares cuatreros con la única intención de perturbar la paz pública. 

Los militares muertos son enterrados con una ceremonia majestuosa, los cuerpos de los guerrilleros caídos son paseados en una camioneta de redilas por la ciudad para finalmente ser sepultados en una fosa común. El gobernador comenta con ironía: “¿Era tierra por lo que luchaban no? ¡Pues denles tierra hasta que se harten!”

La madrugada de aquel 23 de septiembre de 1965 murieron en aquella población de Chihuahua un grupo de jóvenes que buscaban transformar su realidad, más no así sus ideales, pues mientras el cuerpo terrenal es algo efímero las ideas son inmortales.

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