No es difícil demostrar que el miedo es un constante en la historia humana. El miedo a ser devorados por bestias nocturnas, el miedo al cambio de estaciones, el miedo a la belicosa tribu vecina, miedo a ser esclavizado, miedo al infierno, miedo a perder el empleo o la casa, funciona en gran medida para impedir morir, ya en la célebre saga de canción de hielo y fuego, uno de sus personajes afirma que “El miedo es lo que mantiene vivo a un hombre en este mundo de traiciones y engaños.” El miedo durante mucho tiempo ha servido para afrontar situaciones peligrosas y encontrar la forma de superarlas, pero también el miedo ha servido para incapacitar, para impedir la acción, otro personaje de la misma saga mencionada tiene como mantra “el miedo daña más que las espadas”, el miedo paraliza, impide actuar racionalmente, cuando hay miedo no se puede pensar estratégicamente, solo escapar, atacar o inclinar la cabeza. Y eso es algo que las elites dominantes no han pasado por alto. Durante miles de años los miedos colectivos e individuales han atizado las llamas de la violencia estructural para el beneficio de unos pocos privilegiados para mantener así su dominio.
Así, desde el poder se identifican los exteriores o interiores, reales o imaginarios, aterradores enemigos de tal forma que su dominio y explotación sobre nosotros se justifica en protegernos de ese enemigo: llámense barbaros, herejes, comunistas, inmigrantes o en no poder satisfacer las (auto) impuestas necesidades de la sociedad del consumo.
Pero esta pérdida de libertad por la sensación de seguridad se transforma en una tensión permanente que nos despersonaliza de tal forma que nuestros impulsos, pensamientos, deseos, sentimientos y recuerdos se ven nublados por el terror, de tal forma que el libre albedrio se ve acorralado y nuestra dignidad y derechos (ya sean humanos, laborales o sociales) se vean pisoteados en aras de proteger nuestra seguridad.
El miedo siempre exige todo de nosotros, cual estatua de Moloch perpetuamente demanda sacrificios, nos pide por ejemplo que delatemos a los otros con el servicio secreto, para que los golpes no los recibamos nosotros: entregamos al moro al Santo Oficio, entregamos al estudiante a la policía, entregamos al sindicalista a los matones del patrón, entregamos a nuestra pareja al escarnio público cuando no cumple con el rol impuesto, al final, este ídolo, cuando ya no tenemos a quien entregar nos exige nos entreguemos a nosotros mismos… y nos entregamos a una competitividad salvaje con uno mismo para no destacar, para no llamar la atención, para interiorizar el sistema mejor que nadie más, bebemos mucho café en las mañanas para mantenernos despiertos y mucho alcohol los fines de semana para aturdirnos en el escaso tiempo libre, usamos la sumisión al amo como una armadura y ser más productivo que nadie en el trabajo para que los jefes no desconfíen ni sospechen… todo en beneficio del todopoderoso mercado, su mano invisible y la seguridad que tanto anhelamos y tanto se nos niega.
Las clases dominantes saben que necesitan el miedo, pero ellos también tienen miedo, tienen miedo a que dejemos de tener miedo, nada las aterra más que una pinta con la hoz y el martillo, un cuchillo clavado en alguno de sus uniformados, la lectura de un libro de Marx o de Freud, su mayor temor es el inevitable momento en que nos dé por pensar y reflexionar sobre el mundo en el cual vivimos, nuestro papel en el y que es posible vivir en uno mejor, nada les da más aprensión que saber que los ilotas, sus ilotas puedan pensar, así que patrocinan e impulsan el mayor miedo que encadena a un ser humano: el miedo a pensar.
Usan muchas herramientas para inducirnos ese miedo: en los sectores más pobres de la sociedad emplean a los sacerdotes de la muerte, los ministros religiosos que no contentos con renunciar a la vida urgen a los esclavos a actuar de la misma forma, les da por quemar bibliotecas y linchar pensadores para dar un escarnio público con ellos “esto te pasara si piensas” mientras inculcan una vida inexistente tras la muerte donde seremos felices de la mano del creador, donde cantaremos aleluyas por los siglos de los siglos mientras quienes gozaron en este mundo ahora se retuercen entre las llamas… y cuando todo esto falla no faltan los uniformados dispuestos a matar, violar y torturar, tanto da si en su uniforme hay una luna creciente, un águila imperial o una sigla que diga SSP, al final su función es apresarte y matarte.
En los sectores con menor aprensión por obtener comida y refugio usan otros trucos, más refinados, lo llaman relativismo o subjetivismo y dicen que no hay verdad o que esta se construye o es un relato mas y que decir lo contrario es digno solo de mentes fanáticas, retrogradas, autoritarias que quieren imponer un discurso de sangre, quien dice que la verdad es objetiva y verificable queda automáticamente denigrado a la categoría de loco en el mejor de los casos o terrorista mental en el peor de ellos.
Al mismo tiempo entretiene con espectáculos y shows donde 22 sujetos corren detrás de un balón, asistimos a una hermosa chica mientras se cubre de inmundicia, acariciamos la idea de volvernos cantantes famosos gracias a un programa de talentos, vemos como las cámaras siguen las 24 horas del día a una perra rica con cara de hastió que es famosa solo por ser una perra rica con cara de hastió… y por mientras vivimos con miedo que el otro, el inmigrante o el chico con mejores calificaciones en la escuela nos quite el trabajo y perdamos la casa y el coche comprados a crédito, las vacaciones en la playa y la posibilidad de presumirlo en redes, por lo cual hay que hacer los sacrificios necesarios, hay que evitar pensar a toda costa, no nos vayamos a dar cuenta que en realidad no valen nada, que son migajas, no se nos caiga el teatrito de simular que el estado de excepción es la regla
Y mientras nuestros explotadores y opresores nos bombardean con la esperanza de mantener nuestro intelecto ocupado, así, pasamos de pensar en transformar el mundo y expandir los límites de la libertad a someternos al amo, esperando que no nos golpee tan fuerte como al de al lado y no nos arrebate lo poco que ha dejado caer de la mesa.
La posibilidad de construir un mundo mejor pasa por dejar de tener miedo, o al menos dominarlo y saber que es solo eso, miedo, que nuestro cerebro reptiliano no es más importante que nuestro neo-córtex, el camino a ser libres pasa por pensar libremente, y cuando pensamos libremente queremos actos revolucionarios y subversivos que son los que necesitamos para cambiar nuestro mundo. La libre conciencia no tiene piedad para con los opresores y explotadores ya que sabe que su misma existencia es injusta, que es terrible la costumbre y la tradición, que es impropio del ser humano creer en algo que no puede comprobar, que la moral es una metafísica, que la fe de una enfermedad y que al autoridad una mentira arbitraria, que extraer riqueza del trabajo de otros carece de fundamentos humanos, que la familia, la propiedad privada y el estado no existirán por siempre y no tienen porque seguir existiendo… pero para eso hay derrotar el miedo, ese que nace de nosotros y que otros alimentaron, ese que impide que nos alcemos y gritemos libertad, ese que impide que logremos nuestro objetivo histórico: LA SOCIEDAD SIN CLASES.
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