No es difícil encontrar sujetos minúsculos y psicológicamente dañados con uniforme entre los aparatos de seguridad, sean “públicos” o privados, desde el policía estatal hasta los “guardias” que impiden fumar o husmean cuando ven a los estudiantes en grandes grupos “sospechosos”, no es difícil notar que existe una psicología del uniforme que ha desarrollado toda una cultura basada en el aislamiento, la violencia contra los semejantes, el corporativismo y el odio a los otros, todos aquellos que no pertenezcan a su tribu.
Obviamente está predisposición mental va de la mano con su función como aparatos represivos del estado, como implica su nombre su función es reprimir, como lo ha notado cualquiera que vea o de documente de su actuación con o sin el uniforme puesto: golpear, asesinar, desaparecer, violar y amenazar con todo lo anterior, poco le importan los motivos de aquellos a quienes agrede, nada le interesa comprender a aquellos contra los cuales desfoga su frustración.
No busca este articulo hacer un análisis sobre el papel estructural de los uniformados de la burguesía, lo que busca es explicar cómo este tipo de personalidades reaccionan ante consignas como “policía, hermano tu lucha es de este lado” que pretenden apelar a una inexistente conciencia de clase o a una moral judeocristiana que pretenden implícita en todos aquellos educados en el catolicismo (o protestantismo dependiendo de la región del país) o porque cualquier explicación racional es ignorada en el mejor de los casos o agredida en la mayoría de las veces. ¿Por qué? Primero, la selección y formación de los uniformados se crea en academias afines, en estas instituciones represivas se entrena a los aspirantes en métodos de obediencia y disciplina, el entrenamiento militarizado no es desconocido en sitios así, de tal forma, la preparación física, psicológica y las habilidades para combatir al enemigo de la burguesía se vuelve sistemática, este método permite depurar a los elementos menos comprometidos con la violencia irracional contra sus semejantes y que solo queden dentro aquellos que aceptan interiorizar el autoritarismo de estos grupos corporativos, creando sus lógicas internas, ajenas a la mayoría de la población, de tal forma que se vuelve imposible pedirle pensamiento crítico o empatía a quien fue entrenado y premiado en la obediencia ciega y en dañar a sus semejantes.
La formación psicológica del uniformado se complementa con cursos básicos de combate mano a mano y con armas, reforzado con tácticas como asalto de viviendas, interrogatorios y técnicas de sometimiento.
Es esta selección y entrenamiento lo que nos permite desentrañar la psicología del uniformado: cualquiera puede darse cuenta empíricamente, ya ni digamos mediante estudios psicológicos o sociológicos: al final los elegidos son los temperamentos autoritarios que nos explica Erich Fromm: hablamos de personalidades que además de sus tendencias a la determinación mística, las supersticiones, el destino o a la metafísica son sumamente inseguras que desarrollan mecanismos de defensa basados en evitar a toda costa la auto referencialidad por lo cual explotan, desplazando así todo su auto desprecio contra los otros, todos aquellos no normalizados (por ejemplo disidentes políticos, sexualidades alternativas o expresiones de arte o cultura no hegemónicas) y lo hacen con gran intolerancia y rabia, identificándose ellos mismos con los valores conservadores (convencionalismo) y con las jerarquías que imponen estos valores (sumisión autoritaria).
Tal análisis se da originalmente para explicar cómo sectores de la sociedad alemana vieron al nazismo como un mal menor ante la amenaza revolucionaria que representaba el comunismo en aquel momento en el mejor de los casos o como un proyecto sobre identificador en el peor de los casos, así, mutatis mutandis tal análisis nos permite explicar hoy en día la selección y entrenamiento de los uniformados, sean soldados, guardias de seguridad en aeropuertos (chiste de Padre de familia” Lo que queremos aquí, en seguridad aeroportuaria, es una especie de fascismo aburrido” lo explica perfectamente) o universidades y por supuesto policías sean la reverencia y el temor al Amo (su oficial al mando) en una estructura basada en la obediencia, la disciplina y la violencia irracional. Como sigue explicándonos Fromm, la obediencia les da la sensación de ser participes de un poder que veneran, y por ello, se sienten poderosos.
Esta jerarquía siempre presente busca legitimarse en la frase: “servir y proteger” lema de cientos de cuerpos represivos, solo que sin explicar a quien sirven y a quien protegen, evidentemente a nosotros (aquellos contra quienes apuntan sus cámaras de video, sus tasers y sus armas) no. Pero volvamos al proceso de selección: cuando este termina los elegidos se encuentran dentro de un espacio psicológico de aislamiento, rechazo e incomprensión, todo esto los lleva a un estado de paranoia permanente contra todos los otros, especialmente a quienes tienen actitudes críticas a su actividad (por ejemplo periodistas o defensores de derechos humanos), lo que conlleva a reforzar su aislamiento por lo cual la sobre identificación con su corporación se incrementa, impidiendo se identifique con el resto de la sociedad de la cual fue extraído. Esta psicología solo puede ser descrita como tribalista, lo cual fortalece el control social de sus miembros y les permite automatizarlos para usarlos como armar para controlar socialmente al resto de la población.
A esto se le suma el placer sádico de saberse impunes: en el resto de la sociedad se castiga a quien violenta a un indefenso, como muestra los numerosos casos de “lords” o “ladys” (con sus excepciones) que pueblan internet: siempre castigando –al menos con el repudio y el escarmiento publico- a quienes cometen actos de prepotencia, intolerancia o cruel estupidez, otro ejemplo serian los grupos de niños que en el patio de la escuela impiden jugar al “gandalla” que se pasó “de lanza” contra el niño de “oro” o “chocolate” (usualmente el más pequeño, el enfermo o el herido) ¿vemos lo mismo en las corporaciones de los uniformados? En su caso el uniformado que golpea, tortura, mata, viola o desaparece a un civil, sea un campesino, una estudiante, un anciano o una niña siempre es protegido y ocultado por las instituciones de gobierno y el agredido se ve de pronto en medio de una campaña que pretende hacerlo criminal o cómplice de su agresión, en las contadas ocasiones que el uniformado es juzgado siempre termina por “perderse la carpeta” las “pruebas desaparecen” o simplemente se alarga el caso apostando por el cansancio y el olvido de los afectados. Ningún otro grupo goza de semejante inmunidad. Cualquiera que señala lo obvio suele enfrentarse a campañas de escarnio público dirigidos por los aparatos ideológicos del estado en el mejor de los casos o sufrir en carne propia lo señalado.
De esta forma es una vana ilusión esperar que quienes conforman los aparatos represivos del estado un buen día tomen conciencia de su papel como verdugos, arrojen sus armas y se unan a los rebeldes, eso es digno de una película como V de Vendetta (en el comic se ven violetos combates urbanos entre la población insurrecta y los uniformados) estos sujetos como ya explicamos son adiestrados para lo contrario y salvo contados casos individuales no suelen desertar de su bando, su acondicionamiento les impide formar parte del pueblo y hacer algo distinto a su entrenamiento, solo su aniquilamiento físico y la completa destrucción del sistema al cual sirven para sustituirlo por otro eliminara la tarea para la cual se han convertido en herramientas, a falta de esta tarea estas herramientas de carne ya no serán nunca más producidas.
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