dinero

dinero            En manos de los neo-hegelianos (Feuerbach, Marx) la dialéctica de los post-kantianos concluye como se sabe, con la divinización del hombre. Este último se reapropia las riquezas que hasta entonces le había  atribuido a Dios.

        Tal parece que sólo cambiamos, superponemos, transmutamos o combinamos unas cosas por otras, pero la estructura sigue siendo la misma. Sin embargo, como dice Kant en su filosofía de la historia: no hemos tomado en consideración que ese tomar a los hombres como realmente son tendría que significar: tal como nosotros los hemos hecho por injusta coacción, por pérfidas intrigas llevadas al gobierno, o sea, seres tercos inclinados a las revueltas.

             Este análisis en término de deseo debe permitirnos contestar a lo que Deleuze llama <el problema fundamental de la filosofía política> y que, según él, ha sido planteado por Spinoza: ¿por qué los hombres luchan por su servidumbre como si se tratase de su salvación? ¿Por qué el esclavo acepta vivir en esclavitud y el explotado ser explotado? La respuesta pasa por el deseo servil del esclavo, el deseo de represión del explotado. Si las masas han apoyado a Napoleón, Mussolini, Hitler, etcétera, en absoluto se debe a que hayan sido víctimas de ilusiones al creer que estos dictadores defendían sus intereses. No, las masas no han sido engañadas, han deseado el fascismo en cierto momento, en ciertas circunstancias, y eso es lo que hay que explicar, esta perversión del deseo gregario[1].

             Igual que el producto de la domesticación cultural tendría que ser el individuo soberano y, en cambio, es el hombre de la negatividad, el capitalismo, definido por el cinismo de su descodificación, tendría que ser la liberación, ya que destruye todas las creencias y todas las  prohibiciones a las que la humanidad se había sometido: ahora bien, según Deleuze, la realidad del capitalismo es la mayor represión de la producción deseante conocida en la historia. El capitalismo, al destruir todas las adhesiones, tendría que crear las condiciones para la bienaventuranza: el nomadismo del individuo desapegado, absoluto, como resultado de la <desterritorialización>. Pero por su emancipación de todos los flujos produce un mundo de pesadilla y de angustia. ¿Por qué este fracaso de la historia? Porque la <desterritorialización> se acompaña de una perpetua <reterritorialización>. El capitalismo empuja más allá el límite hacia el que tiende (el nomadismo) restaurando <territorialidades> artificiales (creencias, formas)

            Todo pasa de nuevo o vuelve: los Estados, las patrias, las familias[2].

             Uno de estos territorios, el que es objeto de atención en El Anti-Edipo, es la familia. Por eso el psicoanalista es el sacerdote moderno:

Cumple la siguiente función: ¡hacer que sobrevivan las creencias incluso después de su repudiación!, ¡hacer que sigan creyendo quienes ya no creen en nada.

             Dice Sartre que el verdadero problema no es la existencia de dios sino la necesidad de que el “hombre se encuentre a sí mismo”. En el momento que el hombre se encuentra a sí mismo en el interés económico del otro, puede así encontrarse con los otros hombres a través de un mismo interés llamado: dinero. Entendiendo así lo que implica la moneda de cambio, conlleva dentro de sí, intereses metafísicos. Que conllevan intereses de los intereses de otros. Una serie de “cadena de intereses” que hace que se sostenga la superestructura como proyecto político capitalista.

             El sistema a su vez impone este lenguaje intercambiable, que tiene cabida en casi cualquier sociedad, ya que sin este es imposible sobrevivir. El lenguaje en términos económicos, de intercambio y fetichismo que crea el “poder”-conseguir lo que uno quiera, donde quiera y como se quiera; cifras intercambiables -“dinero”- a nivel mundial. La inmediatez y estrategias de marketing implicadas por las empresas al aumento de la oferta y la demanda. Pues el sujeto ve en el mismo dinero la satisfacción futura de múltiples intereses. Dejando ver, desde arriba, lo que en realidad se pone en juego, es decir, el deseo del “poder tener”, que en el fondo esconde un “poder ser” construido por muchos “teneres”, traídos desde los deseos metafísicos hacia la materialidad de lo tangible.

             Pero pareciera que, a través del tiempo, nos encontramos en una posible contradicción. Ya que, una vez que el dilema está resuelto por Sartre y que nos ha conducido hacia el sendero de la indeterminación, la clase capitalista decide acaparar incluso los mismos valores metafísicos para encerrarnos de nueva cuenta en una determinación dada por una serie de requisitos para sobrevivir dentro de su economía, como el esfuerzo y los méritos requeridos para alcanzar ciertos títulos o proyectos, es decir para <llegar a ser>; que a su vez son el pase para poder introducirnos dentro de los círculos socioeconómicos al servicio de quienes tienen el poder y los hilos del mundo. Pues si bien los empresarios y dueños del mundo, son una élite millonaria que controla los medios de producción, poco a poco nos va mostrando que hay un nuevo Dios en el mundo a quien todos rendimos culto, incluso ellos mismos: el dinero. Pues el dinero es el nuevo Dios, pero quien maneja a ese Dios es quien lo posee.

             Convirtiéndose así, el mundo, en una constante lucha de intereses, donde todos quieren conseguir dinero y cada vez más dinero, porque no hay intereses más grande que el que ha impuesto la superestructura de poder. La élite nos ha impuesto la regla de que para poder alcanzar el modelo de poder necesitamos ser como ellos. Diciendo de nueva cuenta que aún no se ha roto el paradigma que Sartre intenta destruir. Que aún tenemos que seguir buscando algún ser superior, algo que alabar y a quien glorificar, es decir, la misma clase burguesa-empresarial. Algo más poderoso que el hombre mismo, algo que nos vuelve impotentes y toma el control de la sociedad misma. Pues tal parece que el hombre siempre desea alcanzar ese algo que le da el “poder” de conseguir sus intereses, incluso ser Dios mismo, omnipotente y todopoderoso. La imagen del dios omnipotente, ahora es ocupada por la élite del poder, desafiando completamente al Dios creador, redentor y salvador de la mayoría de las religiones.

             El sistema capitalista crea a su vez un sistema de control, donde él mismo es ahora el Estado. Se le encomienda la tarea de contener y privatizar las peores manifestaciones y las consecuencias más peligrosas de las pasiones. <<Una solución más compatible con estos descubrimientos y estas preocupaciones de carácter psicológico es la idea del control de las pasiones en lugar de su mera represión. De nuevo se confía en el Estado o la “sociedad” para la realización de esta hazaña, pero ahora no sólo como una protección represiva, sino como un medio transformador, civilizador. Ya en el siglo XVII pueden encontrarse especulaciones acerca de tal transformación de las pasiones destructoras en algo constructivo. Anticipándose a la mano invisible de Adam Smith, Pascal defiende la grandeza del hombre por el hecho de que “se las ha arreglado para sacar de la concupiscencia un resultado admirable” y “un orden tan hermoso”>>.[3]

             <<La idea de que una sociedad unida por el amor (al dinero) […] antes que por la caridad puede funcionar a pesar de ser pecaminosa se encuentra en varios prominentes jansenistas contemporáneos de Pascal, como Nicole y Domat>>.[4]

<<Así, el «momento» que Hegel denomina el ser para el otro es un estadio necesario del desarrollo de la conciencia de sí; el camino de la interioridad pasa por el otro pero el otro no tiene interés para mí sino en la medida en que es otro yo, un yo-objeto para Mí; e, inversamente, en la medida en que él refleja mi yo, es decir, en tanto que yo soy objeto para él. Por esta necesidad en que estoy de no ser objeto  para mí sino allá, en el otro, debo obtener del otro el reconocimiento de mi ser. Pero si mi conciencia para sí debe ser mediada consigo misma por otra conciencia, su ser-para-sí -y, por consiguiente, el ser en general depende del otro. Tal como aparezco al otro, así soy yo. Además, puesto que el otro es tal como se me aparece y como mi ser depende de él, la manera en que yo me aparezco a mí mismo -es decir, el momento del desarrollo de mi conciencia de mí- depende de la manera en que el otro se me aparece. El valor del reconocimiento de mí por el otro depende del valor del reconocimiento del otro por mí. En este sentido, en la medida en que el otro me capta como ligado a un cuerpo ve en ello la vida, Yo  mismo no soy sino un otro. Para hacerme reconocer por el otro, debo arriesgar mi propia vida. […]Veamos  más bien si en este caso como en el anterior, podemos intentar restituir al cuerpo su naturaleza para-nosotros. Los objetos se nos develan en el seno de un complejo de utensilidad  en  el  que  ocupan  un  sitio  determinado >>[5].



[1] Deleuze y Guattari, Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona, Barral, 1973, pág. 37.

[2] Deleuze y Guattari, Capitalismo y esquizofrenia, Barcelona, Barral, 1973, pág. 42.

[3]Albert O. Hirschman, Las pasiones y los intereses (New Jersey: Princeton University Press, 1977), pp 24-25

[4] Gilbert Chinard, En lisant Pascal (Lille: Giarel, 1948), pp. 97-118, y D. W. Smith, Helvetius: a Study in Persecution (Oxford: Clarendon Press, 1965), pp 122-125

[5] Jean-Paul Sartre, 1954, El ser y la nada, Buenos Aires, Iberoamericana.

Categories:

Tags:

No responses yet

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *