Luis Fernando Moreno / Colectivo La Comuna
Al abandonar los esquemas positivistas y alejarnos de la reducción de la historia de la humanidad a una serie de fechas y acontecimientos político-económicos, se dan giros analíticos importantes. A la par con esta aseveración, las crisis ambientales y sanitarias se estudian con mayor atención al fijarlas dentro de la sociabilidad humana. A modo de ejemplo, los viejos análisis sobre estas crisis durante la Edad Media adquirieron un carácter puramente descriptivo, descartando toda relación del acontecimiento con los procesos evolutivos e históricos de la sociedad europea.
Asistimos a un pasaje de la historia que se caracterizó por ser un periodo atestado de crisis económicas, políticas, sociales y plagado de hambrunas y epidemias. En 1348, una epidemia de peste bubónica proveniente del Próximo Oriente arrasó con un tercio de la población europea en tan solo un año, pasando a los anales de la historia como la Peste Negra. Esta crisis sanitaria impactó profundamente en la estructura social del Medioevo engendrando un desfase económico cada vez más acentuado por lo que, a partir de esta, hay un antes y un después en los movimientos sociales de reivindicación de las clases bajas. Después del año coyuntural ya mencionado, las conmociones que fueron emergiendo se colocaron casi simultáneas a lo largo y ancho de todo el territorio europeo, manteniendo una esencia popular e insurrectiva que determinó en una radical discontinuidad estructural de poderes, es decir, generaron la crisis de la sociedad feudal.
La Historia tiene dos caras, por un lado, se encuentran los hechos históricos y, por el otro, están los innumerables ecos de estos eventos. Así, se presenta una lectura transversal y una aproximación histórica bajo un marco de continuidad que liga la crisis provocada por la Peste Negra a los antagonismos sociales surgidos y acrecentados a partir del contagio de la epidemia, puesto que la propagación y mortandad alcanzada estuvo estrechamente relacionada con las condiciones de precariedad en que estuvo la población común que venía ya enfrentando periodos de malas cosechas. Las consideraciones giran en torno a las actitudes y reacciones en torno a la peste. En Francia como en Inglaterra, en Flandes como en Italia, las insurrecciones campesinas y urbanas dentro de estos espacios se presentaron como los hilos conductores de una trama común: la lucha de clases bajo la crisis sanitaria del siglo XIV.
La Muerte Negra: una epidemia devastadora.
El presente histórico al que asistimos está siendo coyuntural. La propagación del Covid-19 ha puesto sobre las cuerdas, sobre todo al mundo occidental y al sistema económico que lo rige (el capitalismo), puesto que el número de contagios y muertes ha ido acrecentándose considerablemente y los sistemas de salud se han visto superados, sumando a que la economía está siendo paralizada. Sin embargo, esta pandemia mundial no ha sido la única ni será la última ocasión en que ocurra un brote epidemiológico. Como muestra, la Peste Negra, en el siglo XIV, impactó profundamente las estructuras sociales, políticas y económicas de la Baja Edad Media. El primer brote del coronavirus tuvo origen en la ciudad china de Whuan, mientras que la peste tuvo su comienzo en el Próximo Oriente.
La etimología que conforma a la epidemia tiene su origen en la Edad Media al emplearse “peste” para referirse a cualquier desgracia fuera de las manos del ser humano, sobre todo aquellas que producían gran mortandad y lleva la connotación “negra” por los síntomas visibles de la enfermedad, que son hinchazón y dolor en los ganglios acompañado de hemorragias cutáneas de color negro, ocasionando manchas oscuras en la piel, además de dolores de cabeza, temblores, sudor y diarrea. En los primeros años de la contaminación se generó una gran incertidumbre sobre la procedencia de la muerte negra. Esta se encontró en un tiempo histórico en donde la sociabilidad europea estuvo organizada en torno a lo celestial y los decesos generalizados se consideraron un castigo de Dios por los pecados cometidos por la comunidad cristiana, pero también hubo quienes consideraron que los judíos habían envenenado los pozos y el aire.
Al tratarse de una pestilencia endémica que no duró solo unos años, sino tuvo brotes durante un siglo, los sectores más desprotegidos la fueron considerando como un problema social, es decir, de clase. La muerte, al convertirse en un producto ya no natural sino causado por fuerzas extrañas, dio paso al horror, a la histeria y a la culpabilidad, pues antes de 1348 las circunstancias que llevaban al fallecimiento eran predecibles y específicas (como lo eran las guerras), además, se tomaba con serenidad puesto que Dios da y Dios quita la vida, pero tiempo después se le relacionó a las formas sociales y económicas de vivir.
Las formas para atender la peste eran inadecuadas por lo poco desarrollado en que se encontraba el conocimiento médico de la época. Se desconocía cuál era la forma de contagio, y al desconocer esto no se aplicaron las medidas de sanidad correspondientes. No obstante, se registraron grandes intentos para comprender y contrarrestar la enfermedad, pero la medicina se encontraba bajo los espectros de la superstición y de lo divino. Ante esto, los tratamientos recetados, al igual que contra otros males, se basaban en la buena alimentación, la purificación del aire, las sangrías y en la administración de pócimas a base de hierbas aromáticas y piedras preciosas molidas. Quienes estaban en las garras de la enfermedad, los facultativos (médicos) les abrían los bubos, aplicándoles sustancias para neutralizar la ponzoña. Ante la poca inefectividad y de la falta de explicaciones razonables, la sociedad atribuyó la enfermedad a explicaciones sobrenaturales y en especial a la ira de Dios.
Tiempo antes de la peste se comenzaron a registrar dificultades, tal es el caso de la Gran Hambruna, que desde 1315 propició la crisis de la labranza produciendo años de grandes sequías, que dieron pie al encarecimiento del valor de los alimentos más indispensables de la muchedumbre medieval. A partir de este momento, la población comienza a urbanizarse, disparándose grandes cantidades de personas desposeídas de todo bien material y económico en el extrarradio urbano. Esta expansión demográfica junto al desfase económico fue acentuando las diferencias sociales de vivir y de afrontar los cambios producidos y los males suscitados. Décadas después, la peste se posicionó como el agravante de la crisis que enfrentaría Europa durante todo el siglo.
Ya para 1348, el rápido esparcimiento epidemiológico a través de los puertos de las principales ciudades, las precarias políticas sobre salubridad y lo poco bien alimentada en que se encontraba la población, hicieron que los niveles de mortandad, resultado de la muerte negra, se elevaran a números desmesurados. Las cifras que tratan de visibilizar la cantidad de seres humanos acaecidos durante la epidemia suelen ser inexactas y variar según la región. A modo de ejemplo y como lo muestra Hendrik Van Nievelt (2014), en Venecia el número de muertos llegaba a 700 por día, por lo que, llegada la primavera, la ciudad había perdido al 70% de su población. En Siena, se mencionan tasas de mortalidad cercanas al 90%, asimismo, en Florencia se registró el 75% y en todo el territorio inglés murió alrededor del 25%.
En general, los historiadores medievalistas coinciden en señalar una cifra que oscila entre los 30 millones de muertes, lo que representó alrededor de un tercio de la población de Europa. Las ciudades portuarias y de mayor flujo de personas tuvieron el mayor índice de propagación en los primeros años.
Esta hecatombe produjo, entre las consecuencias socioeconómicas, una gran disminución en la mano de obra, afectando todos los sectores productivos: el agrícola, las manufacturas, el comercio, etc. Causando, en poco más de 30 años, un doble encarecimiento en los costes de producción, originándose una inflación económica. Por citar un caso, el precio de los cereales, en los años inmediatamente posteriores a la peste, aumentó en un 30%, conllevando a una decadencia del sector rural, puesto que las tierras cultivables fueron despobladas casi en su totalidad por la muerte o migración del campesinado.
La huida de los lugares infestados se generalizó y se hizo común a través de las clases nobles, en donde escapaban hacia los castillos y a las casas de campo. En el Decamerón de Boccaccio se lee que entre estas clases acomodadas se aconsejaban para salir de las ciudades y dirigirse a lugares alejados del vulgo, así como ya lo había hecho la mayoría. Sin embargo, se produjo un vacío de poder que debilitó totalmente el orden jerárquico de la sociedad feudal, pues se abandonó todo puesto político. Se generó un malestar social, ya que se registró una desigual tasa de mortalidad entre la sociedad desdichada y los poseedores de todo. Los primeros se quedaron a afrontar la peste mientras que los segundos la trataron de evadir refugiándose en lugares más salubres, encima de que se puede considerar que los mejor alimentados y con algún tipo de defensas fisiológicas como resultado de las condiciones alimenticias y de vivienda, pudieron resistir más a la pestilencia.
Cronistas de la época relatan que la mortandad alcanzada se registra entre los pobres. Boccaccio decía lo siguiente:
Mucho más miserable era el espectáculo de la gente baja y aún de la mediana; estos retenidos en sus casas por la esperanza [divina] o la pobreza, se quedaban en sus barrios y enfermaban a millares cada día, faltos de cuidado y de toda ayuda, morían casi sin remisión.
La cristiandad de la Edad Media mantenía ritos sagrados y milenarios en el caso de algún fallecimiento, con los números exacerbados de decesos esto cambió, puesto que en el imaginario colectivo se sentía la pesadez y se creía que los vivos apenas eran suficientes para enterrar a los muertos. Al morir una persona era llevada con un sacerdote para que le absolviera de todo pecado y pudiera llegar al cielo, ante el gran número de solicitantes se dictó remisiones completas a todo ser humano que moría por la pestilencia. Uno de los relatos más desgarradores está a cargo del cronista Agnolo di Tura, de Siena:
El padre abandona a su hijo, la esposa a su esposo, un hermano al otro; pues esta enfermedad parecía extenderse por el aliento y la vista. Y así morían. Y no podían encontrarse a nadie para enterrase a los muertos por dinero o amistad. Los miembros de una familia llevaban a sus muertos a una zanja como podían, sin sacerdote, sin divinos oficios […], grandes agujeros se abrían y eran llenados con multitud de muertos. Y morían a cientos de día y de noche […] y en cuanto esos agujeros se llenaban se abrían otros nuevos […] Y yo, Agnolo di Tura, llamado El Gordo, enterré a mis cinco hijos con mis propias manos. Y había también otros que estaban tan levemente cubiertos por la tierra que los perros los arrastraban fuera y los devoraban en plena ciudad. Nadie lloraba por ninguna muerte, pues todos esperábamos la muerte. Y tanta gente moría que pensábamos que era el fin del mundo.
El antagonismo social a partir de la peste.
Quimérico sería pensar que, después del periodo de hambruna y de las dificultades que trajo consigo la transmisión de la Peste Negra, no existiesen antagonismos puntuales tanto en las ciudades como en el campo, entre señores y campesinos, entre trabajadores textiles y los propietarios. Debido a que en las sociedades divididas en clases antagónicas existen clases contradictorias (su antagonismo se debe a la posición objetiva que esas clases ocupan en la sociedad). Henri Cazelles (1984) afirma que la Peste Negra fue esencialmente proletaria, por lo que se entiende el surgimiento de uniones de trabajadores en contra de toda la estratificación social que se encontraba por encima de ellos, ocasionando que uno de los pilares del feudalismo cayera para siempre. Estos acercamientos y organizaciones se deben a que los siervos comenzaron a tener una conciencia más profunda de los males por los que atravesaban. Asimismo, los trabajadores ya organizados comenzaron a exigir mejores condiciones laborales y que sus salarios aumentaran. El cronista florentino Mateo Villani en 1363 escribía al respecto:
Sirvientas, mujeres sin experiencia y muchachos de establo pretenden ganar 12 florines al año, y los más arrogantes de ellos 18 o 24 florines por año, y también enfermeras y artesanos menores quieren cobrar tres veces el salario habitual; los campesinos quieren también que se les entreguen bueyes y semillas y trabajar solo las mejores tierras, despreciando las otras.
Ante esta nueva dinámica, los trabajadores que se encontraron ya organizados en torno a demandas que les incumbían terminaron por rebelarse. Antes y después de estos levantamientos populares se lanzaron peticiones puntuales en donde su posición social, económica y política se viera en aumento. Y si no se les cumplía ninguna de sus solicitudes se lanzarían a la rebelión. Así se puede observar en el poema “El Labrador” de Langland, que relata el fenómeno de efervescencia y malestar social:
Estos trabajadores que no poseen tierras,
Que para vivir cuentan solo con sus manos,
No quieren tomar hoy cerveza de penique
Ni se contentan con un trozo de tocino.
Que el pescado y la carne sean frescos, ellos piden,
Y que estén bien calientes para alegrar sus panzas.
Y que quien los emplea pague caros jornales,
O si no gritarán.
Los ecos de la peste son innumerables. Se pasó por calamidades de elevados porcentajes de mortandad, por crisis económicas, políticas y religiosas, pero, sobre todo, por malestares sociales que desembocaron en el surgimiento de movimientos simultáneos en toda Europa orquestados, esencialmente, por la población baja. Surgiendo una conmoción contra el estado medieval, la institución religiosa o contra las clases adineradas. Al respecto, Carlos Barros Guimerans en La mentalidad justiciera en las revueltas sociales (2005), menciona que a estas rebeliones medievales los contemporáneos de las mismas y la vieja historiografía las consideró estrictamente reaccionarias y sin antecedentes históricos, omitiendo por completo que, los diversos acontecimientos fueron el resultado de una acumulación histórica de descontento social. Como muestra, en el mapa añadido se ilustran las insurrecciones dentro de sus espacios geográficos:
Las sublevaciones más importantes después de 1348 fueron las de La Jacquerie en Francia (1358), la de Los Ciompi en Florencia, Italia (1378), la de Wat Tyler y La Revuelta Inglesa (1381) y la de los trabajadores norteños de Francia (1381). En estas rebeliones se incendiaron propiedades y se atentó directamente contra la vida del noble, así como la del eclesiástico. El poder religioso se vio inmiscuido porque la iglesia como institución era poseedora de grandes territorios de tierras lo que la hacía acreedora de una elevada riqueza monetaria. Grupos de campesinos atacaron castillos saqueándolos y asesinando por completo a las familias que los habitaban. Según la región de la revuelta era la forma de protesta que se implantaba y las demandas que buscaban que se les cumpliera. Conforme a la tesis de Hendrik Van Nievelt (2014), en algunos alzamientos pedían una disminución de los impuestos, mejores condiciones de vida, la abolición de la servidumbre feudal y el reparto de las tierras. Los trabajadores textiles que se encontraban fuera de los gremios y sin representación política en el gobierno de la ciudad de Florencia, Los Ciompi, presentaron un plan de reformas más amplio y con una clara conciencia política. Entre sus acciones y demandas se encontró la libre organización de trabajadores, la apertura de los gremios y su participación en el gobierno de la ciudad. La conceptualización de conciencia de clase que se acuñó en la modernidad por Marx y Engels tiene sus inicios en este periodo. Asimismo, en Inglaterra se creía que los males no acabarían hasta que todo fuera propiedad común y se eliminara las posiciones sociales de vasallo y señor feudal.
La creciente lucha de clases no se limitó al viejo feudalismo del campesinado contra el señor feudal, sino que alcanzó, también, a la creciente vida urbana y a sus trabajadores. Casi ningún país europeo escapó de las revueltas, de las agitaciones sociales o de los brotes revolucionarios. Incluso, como lo menciona Adeline Rucquoi en Las Revoluciones Medievales (1977), fue momento de que los métodos de protesta, como las huelgas, hicieran su aparición.
Desde el punto de vista de la toma de poder, todas las insurrecciones fracasaron, pero fueron el preludio de las reivindicaciones, del proletariado y del campesinado, que surgirían en la modernidad, del mismo modo de que resultan ser importantes para el comprendimiento de las luchas sociales que ha atravesado la contemporaneidad y la historia del tiempo presente.
Conclusión
El quehacer del historiador, frente al pasado, se trata de dar explicaciones y analizar lo acontecido para hilarlo y proporcionar una interpretación que esclarezca los hechos históricos que son de interés social en el contexto en el que él mismo se sitúa, para que, tanto del pasado y del presente se puedan obtener de ellos sucesivos significados, aproximaciones y apreciaciones históricas.
Tanto la pandemia del covid-19 como la epidemia de la Peste Negra, se han visto materializadas no solamente en el espacio médico y sanitario, sino también en las obsesiones ideológicas que dominan la gestión política y económica de la vida y de la muerte de la población. Hace 700 años como en la actualidad, la sociedad medieval y la sociedad contemporánea respectivamente, se han preguntado si la forma de vida que llevan ha sido la generadora de los males por los que han enfrentado. Con la Muerte Negra se afirmó que fue causa de un proceso divino y recayó sobre la herejía de la cristiandad y del paganismo, sin embargo, se entró en un proceso de develación en la que se fue centrando en las diferenciaciones terrenales. En nuestros días, las discusiones políticas e ideológicas giran en torno a las condiciones que maneja la sociedad capitalista, que ha sido atribuida de los padecimientos inhumanos e incontrolables que se viven. Una y otra enlazan y evidencian que las desgracias ambientales y pestilentes se afrontan por la condición social a la que se pertenece y que tanto en el feudalismo como en el capitalismo se encuentra una desigualdad económica radical. La propagación de la peste contrajo el brote y contagio de un virus ideológico de conciencia de clase. A partir de la calamidad se pensó que la sociedad podría salir de la crisis tan solo si se construían los cimientos de otra sociedad, ya no feudal sino igualitaria. Se buscó, a través de las organizaciones e insurrecciones campesinas y de trabajadores pre industriales, la abolición del sistema feudal.
Bibliografía
Gómez García, Ignacio (2017), La Muerte negra y el imaginario colectivo europeo de los siglos XIV y XV, EPIKEIA: Revista del Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades (No. 33), pp. 1-18.
Haindlu U., Ana Luisa (2010), La Peste Negra, Revista de Arqueología, Historia y Viajes Sobre el Mundo Medieval (No. 35), pp. 50-81.
Mollat, M. y Wolff, Ph. (1976), Uñas azules, Jacques y Ciompi. Las revoluciones en Europa en los siglos XIV y XV, España, Silgo Veintiuno de España Editores, 284 p.
Van Nievelt, Hendrik (2014), La Peste Negra como fin de la sociedad medieval, Chile, Universidad Gabriela Mistral, 124 p.
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