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Por Edgar Villafuentes / Miembro del Comité Nacional

Emmett Till, un niño afroamericano, se divertía con sus amigos afuera de una tienda propiedad de una mujer blanca, Carolyn Bryant, y de su esposo. Según lo declarado por la propia mujer, al verla Emmet le silbó, le coqueteo y le dijo “bye, baby”; aunque en aquel entonces hubo varias versiones de lo ocurrido, ese acto, ocurrido en Mississippi, llevaría a la muerte del chico, nacido el 25 de julio de 1941 en Chicago.

Carolyn contó a su esposo que el niño la había acosado y, días después, el 28 de agosto de 1955, el niño afroamericano de 14 años de edad fue secuestrado, golpeado y asesinado por dos adultos blancos, el esposo de Carolyn y su hermano. Su cuerpo fue arrojado en un río luego de ser amarrado con alambre de púas a una rueda de madera para que no flotara.

Cuando lo encontraron, Emmet estaba terriblemente desfigurado y solo fue posible reconocerlo gracias a un anillo en su mano. La madre recibió a su pequeño hijo en un ataúd cerrado, pero la mujer sabía lo abrió, dejando que los deudos que la acompañaban en el funeral pudieran ver lo que le habían hecho a su bebé, lo que el racismo le había hecho a su corazón. Al funeral asistieron cien mil personas, horrorizadas por la brutalidad con la que había muerto el pequeño.

La imagen del cadáver de Emmett recorrió todo Estados Unidos y en las semanas posteriores los dos hombres blancos fueron llevados a juicio por el asesinato; sin embargo, poco después, fueron absueltos del atroz crimen por un jurado de gente únicamente blanca que duró menos de una hora en su deliberación.

Al año siguiente los dos acusados aceptarían la culpa del horrendo delito bajo la protección de no poder ser juzgados dos veces por el mismo crimen. Y así fue, nunca pagaron por su delito y además, en 2017, en su lecho de muerte, Carolyn Bryant le contó a un periodista que había mentido en su declaración. Todo fue racista y falso.

Esta historia es determinante para el Movimiento de Derecho Civiles de las personas de color en EUA. Meses después del asesinato de Till iniciaría el boicot de los autobuses por una costurera de nombre Rosa Park, quien se negó a ceder su asiento a una persona blanca y por lo cual fue arrestada el 1 de diciembre de 1955. Ella dijo alguna vez que aquel día pensaba en Emmett y le fue imposible ir hacia atrás del autobús. Después llegarían Martin Luther King, Malcom X y el Black Power.   

65 años más tarde, el 25 de mayo, George Floyd entró a la tienda Cup Food en Minneapolis para comprar una caja de cigarros con un billete de $20 dólares. El tendero supuso que el billete era falso y de inmediato llamó a la policía para que arrestaran a Floyd, quien se encontraba cruzando la calle de la tienda en una camioneta. 22 minutos después, Floyd fue asesinado por un agente de policía, Derek Chauvin, asfixiado por casi 9 minutos; la ambulancia solo fue su carroza fúnebre. Sus últimas palabras “No puedo respirar” se gritan en las extraordinarias y llenas de rabia protestas que a lo largo de EUA se han suscitado desde el día 25 en contra de la brutalidad policial y el racismo. Contra años y años de lo mismo.

$20 dólares, una mirada, una mentira o menos vale la vida de un afroamericano o de cualquiera de los miles de millones de desposeídos de este mundo, quizá hasta juntos. Ese es el manifiesto capitalista. La historia de hombres que alimentan la maquinaria sangrienta de su propia codicia, la historia de Wall Street y de la Casa Blanca. Pero ocurre que este momento pareciera un bucle de los años 50s y 60s, un momento para negarse a ceder el asiento.

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