Por Elizabeth Gaitán Barrón / Militante de CJB Denni Prieto Stock
Las mujeres siempre estamos trabajando, aunque no pertenezcamos a una nómina, aunque no seamos esclavas mal pagadas o no seamos beneficiarias de las prestaciones de ley que nuestros patrones tan “generosamente” nos otorgan por obligación más que por devoción y que quizás ni siquiera lo hacen.
Nos han obligado a vernos como las mujeres que pertenecen al hogar, evitando a toda costa llamarnos trabajadoras, sino “amas de casa” en su lugar. Nos han educado desde pequeñas que a nosotras nos corresponde cuidar a lxs hijxs, jugando con muñecas que simulan ser bebés, o aprendiendo a cocinar con nuestra cocinita de plástico, usando nuestro delantal y pretendiendo formar una familia. Para que cuando crezcamos aprendamos a ser lo que siempre debimos ser, una madre amorosa, una esposa servicial y una mujer educada, dispuesta a dar todo por los lazos biológicos que tenemos el poder de crear y alimentar, pero nunca a ser llamadas una trabajadora como tal.
De igual manera, nos dicen que esa labor no tiene valor alguno, es nuestro deber por ser mujeres, por querer ser mamás o por no querer ejercer dentro de un trabajo donde se nos remunera menos, porque cuando las mujeres decidimos a buscar más allá, a ver fuera de nuestras puertas que tan temerariamente atravesamos, con la esperanza de buscar un mundo nuevo, encontramos otro igual.
Luchamos bajo la creencia de que el trabajo dentro de nuestras cuatro paredes no tiene repercusión alguna en el mundo exterior, puesto que no somos personas asalariadas, no poseemos el dinero necesario para poder ser tomadas en cuenta, dentro de un mundo que trata tan hostilmente al proletariado, oprimidxs en una sociedad que basa todo en el capital, en destruir y en menospreciar. Pero la verdad es que las mujeres siempre hemos estado trabajando desde nuestra trinchera, desde nuestra casa, para así crear un mundo donde quepan muchos mundos.
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