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Iz Tordz.

El año pasado, 2021, fue marcado por múltiples notas periodísticas sobre cómo varios millennials y “Gen Z” nos estamos atreviendo a “rechazar trabajos” (aunque vale decir, notas específicamente enfocadas en las realidades de los Estados Unidos y Canadá) la Gran Renuncia le llamaron (The Great Resignation) aunque si jugamos un poquito con la lingüística y
el clásico doble sentido que tenemos en México, Resignation puede traducirse también como la Gran Resignación… Y, ¿no sería en el fondo una gran resignación también? Estas notas hicieron caso omiso, casi por completo, de las realidades diversas del sur global y el desempleo mundial que está sucediendo en el marco de la recesión del 2021, sin embargo,
cuando la energía nos daba para leer más allá del encabezado amarillista, al leer la nota, encontrábamos una realidad muy distinta que no sólo nuestra “generación” (otra de las tantas divisiones ficticias de clase) experimenta sino que, como dijera la canción de Disney: Tale as old as time… (cuento tan viejo como el tiempo), es una historia de hace mucho tiempo: el abuso y la violencia a la clase trabajadora.

Vamos a ponernos personales, como tomando una taza de café y charlando, les comparto una reflexión salida de una anécdota. Allá por finales del 2021, poco antes de que me despidieran por segunda vez en el año, mi madre me dice “ya casi no te vemos, pasas demasiado tiempo en tu trabajo, ¡te debe estar yendo muy bien!”… Un mes después me pregunta una persona muy querida “y, ¿cómo te ha ido ahora que no tienes trabajo?”. Estas dos preguntas (y por supuesto la lectura y militancia de izquierda) me llevaron a entender el valor de responder a ambas como las respondí. Cuando mi madre me comentó sobre lo demandante que era mi trabajo mi respuesta fue que no es lo mismo tener mucho trabajo a tener dinero.. (o el sustento garantizado y acceso a los derechos universales básicos como una alimentación sana, descanso, vivienda y salud…), cuando mi amiga me pregunta sobre “no tener trabajo” respondí: tengo trabajo, trabajo he tenido siempre…

¿Por qué es importante contestar de esa manera? ¿Cuántas veces no sucede que confundimos la explotación laboral o la relación asalariada con el éxito profesional? Que creemos que la única forma de trabajar, o peor, que el único trabajo es el asalariado. Y desde ya aclaro, esta no es una apología al “emprendedurismo”…

La lucha de clases ha acompañado y cobijado a los y las trabajadoras desde tiempos remotos, abogando siempre por el respeto a quienes trabajamos. Ha conseguido para nosotros derechos como la jornada de 8 horas, el descanso para consumo de alimentos, los días libres, las pensiones, utilidades, horas extra, sindicatos… La lucha obrera es y será una de las grandes conquistas de la revolución. No cabe duda que hemos ganado mucho terreno en ese sentido al capitalismo depredador y sin embargo, como dirían nuestras hermanas zapatistas: La lucha sigue.

El capitalismo ha innovado sus formas de explotación. En una situación global de urgencia sanitaria y de higiene, nos ha vendido la ilusión de que los pobres no existen, que nos podemos cómodamente “quedar en casa”, que la salud es una cosa de responsabilidad individual y particularmente en México, tras el reforzamiento de los derechos laborales de las y los trabajadores, que es culpa del gobierno y de la gente que existan despidos masivos porque claro, “los empleados salen muy caros…”. El patrón no quiere pagar la factura completa, se rehúsa a absorber de sus utilidades y ganancias lo que le corresponde: el pago justo de la mano de obra y el sistema que lo sostiene.

Algunos dirán “¡pero es que ellos invirtieron!” les defenderán a capa y espada, con la ilusión de quizá, algún día, acumular tanto capital como ellos y poder participar del milagro de la economía. A ellos les pregunto, ¿Cuánto vale tu trabajo? ¿No inviertes horas en tu descanso? En tu vivienda, en tu cama, tus alimentos, tu transporte… ¿O es que acaso nada de eso cuesta?.

Retomando lo que compartí al inicio de este escrito, mucha gente está saliendo del mercado laboral tradicional y entrando a otras formas de producción, mucha gente, no solo los millennials y Gen Z, han descubierto con desilusión en estas últimas décadas que como decían Los Prisioneros en “El Baile De Los Que Sobran”, terminamos pateando piedras, sin salario, sin pensión, sin seguridad social o de vida, sin salud, sin amor… Pero también, muchos hemos descubierto el gran valor que tiene nuestra fuerza de trabajo y hemos decidido exigir el pago correspondiente a ella. A ellos, a ellas, a elles, les digo: ¡Fuerza! Hay que seguir resistiendo. La Gran Renuncia/Resignación nos presenta una oportunidad única para organizarnos, sumarnos a nuestra tribu y resistir. No será fácil pues el capitalismo depredador tiene secuestrados nuestros derechos básicos y en pocas palabras nuestra vida. Nuestra apuesta como organización política es valorar nuestro trabajo y exigir lo que es nuestro, y para ello necesitamos de todos, todas, de cada una de las personas que existimos, que nuestro esfuerzo colectivo se oriente a la misma lucha y que logremos no sólo un mejor sueldo por un mismo trabajo (aunque es lo más mínimo necesario para sobrevivir) sino garantizar para todas las personas las condiciones necesarias para vivir dignamente para entonces, dignificar el trabajo, crear un paradigma nuevo de relación basado en la equidad y no en el poder.

Y eso será, tan solo el principio.

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