El 23 de septiembre del presente año se cumplió el 49 aniversario del asalto al cuartel de ciudad Madera en Chihuahua, un suceso que quedara marcado en la historia como el inicio de una nueva etapa en la lucha revolucionaria del país y que no ha sido concluida: la lucha guerrillera.

Poco más de una década había pasado desde que la valentía y determinación de un grupo de jóvenes demostró que lo que inició como el asalto a un cuartel podía desembocar en una revolución. Once años habían pasado desde que aquel grupo de jóvenes bajo la dirección de Fidel Castro asaltaron el cuartel Moncada e iniciaron la liberación del pueblo cubano; 5 años de revolución seguían demostrando que la guerra de guerrillas podía significar revolución.

 Los jóvenes que asaltaron el cuartel madera pertenecían al Grupo Popular Guerrillero. Algunos provenían de la militancia en el PPS (Partido Popular Socialista), pero la mayoría de la UGOCM (Unión General de Obreros y Campesinos de México) de la que Arturo Gámiz era secretario general. Días antes del asalto, eran unos veinte jóvenes los que escuchaban de Arturo Gámiz las últimas advertencias, era el último momento para decir que no; decía que la lucha iba para largo, que no sería por años, sino por décadas; por eso ya era la hora de empezar.

 

La decisión de tomar las armas no se debió a un impulso aventurado, y aunque muchos de esos jóvenes estaban fascinados por la revolución cubana, tampoco fue ese el detonante para tomar tal decisión. Significaba darle continuidad a la lucha que se había iniciado en 1910 con Zapata, con Villa y todos aquellos que entregaron la vida. Eran las mismas consignas de aquella revolución. Era el reclamo que luego retomó Rubén Jaramillo, era la exigencia de la reforma agraria; era reconocer que aquella revolución fue traicionada, que había que volverla a hacer. Consideraron que las vías políticas estaban agotadas, “la guerrilla fue vista como el desenlace de las tomas de tierras, congresos, marchas, encuentros y diálogo con el gobierno”.

Eran entre las 5 y 6 de la mañana cuando comenzaron los disparos. Se enfrentaban entre 13 y 17 guerrilleros contra 125 soldados. Pablo Gómez y Salomón Gaytán los incitaban a rendirse. Sabían que contaban con desventajas por la cantidad de elementos y de armas, pero no de valor. El factor sorpresa fue arruinado, quedando acorralados entre dos fuegos. Murieron 8 de esos guerrilleros: Arturo Gámiz García, el doctor Pablo Gómez Ramírez, Emilio Gámiz García, Antonio Escobel Gaytán, Oscar Sandoval Salinas, Miguel Quiñones Pedroza, Rafael Martínez Valdivia y Salomón Gaytán Aguirre. Todos fueron enterrados en una fosa común mientras el gobernador Giner decía “¿Querían tierra?, pues denles hasta que se harten”.

Aunque asesinados y enterrados, la lucha de estos jóvenes no murió con ellos. Las armas tomadas por ellos fueron luego levantadas por la LC23S (Liga Comunista 23 de Septiembre), por Lucio Cabañas, por Genaro Vázquez, por los zapatistas. El ideal por el que han muerto  sigue vivo, seguirá vivo mientras se siga explotando al trabajador.  La lucha guerrillera sigue viva. El arma del revolucionario sigue levantándose ante la violencia de este sistema.  Porque aquellos que representan al capitalismo no piden el diálogo, no nos consultan sobre las políticas con que guían al país; no nos preguntan si queremos vender las riquezas de la nación, no nos preguntan si queremos al ejército en la calle, no nos preguntan si queremos más reformas que dañan al trabajador… No nos preguntan si queremos trabajo, si queremos educación, no nos preguntan si tenemos hambre. Por eso es que aquellas armas seguirán de pie, la de Zapata y Villa, las de Chihuahua, la de Genaro Vázquez, la de Lucio Cabañas, las de los compañeros zapatistas seguirán de pie, la organización del pueblo las mantendrá de pie. Porque ante la imposición de este sistema económico, no responderemos con la petición del diálogo. Con las palabras de todos ellos y el puño en alto responderá el pueblo trabajador.

Elsa Robledo.

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