Un día creí que todos los militares eran malos, que todos los sacerdotes estaban al servicio de los explotadores, que todos los gobiernos eran represores. Un día pensé en términos absolutos. Un día jugué a ser anarquista.

Mi pensamiento unilateral me llevó, irremediablemente, a perder la esperanza. Me dejé de sueños, me callé la rabia. Intenté diluirme entre la gente. Pero las cosas seguían mal.

Regresó la necesidad de hacer algo. Escogí el que parecía el menor de los males. Me uní al obradorismo. Trabajos sin fin para que los dirigentes, después de todo el esfuerzo de la base, claudiquen. ¿Por qué?

Luego conocí a la JCM. Su estar en la ruptura fue lo que me convenció a entrarle. Ya entonces me parecía claro que una organización que mantenga relaciones de dependencia con un gobierno tan corrompido como el nuestro no puede ser honesta. La J era por eso y por muchas cosas más la organización que yo buscaba. Sin embargo, eso de estar en la ruptura, apenas lo voy comprendiendo.

La educación, como bien decían los antiguos, hace mejores a las personas. Cuando es buena tiene la virtud de ayudarnos a comprender la realidad. El marxismo nos enseña que cada momento en la historia es único e irrepetible. Por eso cada momento, toda situación, merece su análisis. No podemos tener juicios hechos de antemano para aplicarlos a las situaciones que vayan surgiendo, sino que hay que analizar cada situación a la luz de la teoría y de la experiencia.

Para las organizaciones comunistas de algunos pocos países puede ser factible competir por la vía electoral contra los partidos de la burguesía. Para ellos esta puede ser una forma en que su programa y sus postulados lleguen a más ciudadanos. Pueden recibir dinero del Estado y entrar en confrontación más directa con los ideólogos de la burguesía para desenmascararlos. Pueden acceder al poder por la vía pacífica. Esto requiere, sin embargo, de que la legislación electoral del país en cuestión permita una forma de organización leninista y no imponga de entrada la democracia burguesa como único paradigma. Estos partidos verán, pese a todo, su autonomía frecuentemente amenazada.

En México las condiciones son muy otras de las de estos países. Sabemos que los registros de los partidos comunistas concedidos a finales de los 70s y principios de los 80s fueron otorgados como una estrategia para terminar con las organizaciones comunistas clandestinas, armadas y revolucionarias. Es decir, como un medio de control. Los partidos que lograron su registro, como el PCM, PMT, PST, PSD, etc., poco a poco  fueron, unos fusionándose, otros desapareciendo o desdibujándose en la unión con otros. Finalmente, los menos consecuentes dieron origen a partidos socialdemócratas y oportunistas como el PRD o el PT.

Así, los partidos políticos que resultaron de ese proceso de institucionalización de la izquierda (particularmente el PRD) se formaron, de una parte, por militantes de los antiguos partidos comunistas que decidieron aceptar un registro y salir de la clandestinidad (PCM, PMT, etc., luego PSUM y PMS); y de otra, por ex militantes del PRI como Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas y López Obrador.

Más allá del origen de los partidos de la llamada “Izquierda social” basta conocer su actuación y sus objetivos para comprender por qué no representan, en esencia, una opción diferente a la que ofrecen los de centro y derecha. En primer lugar, son partidos oportunistas, están dispuestos a aliarse con cualquier fuerza por reaccionaria que sea. Negocian, sin escrúpulo alguno, con los partidos de centro y de derecha, los puestos de representación popular después de las elecciones.

Los tres principales partidos, PRI, PAN, PRD, avalaron la modificación de la propuesta de ley presentada por la COCOPA destinada al cumplimiento de los acuerdos de San Andrés, frustrando los anhelos de autonomía de los pueblos indios. Los tres permiten y promueven el acoso paramilitar contra las comunidades Bases de Apoyo Zapatistas. Todos permiten y alientan la corrupción en el IFE, participan en procesos electorales viciados sólo para aumentar su margen de negociación con el Estado. Ningún partido de la izquierda oficial habla de la expropiación de los medios de producción, aceptan abiertamente no sólo su no adhesión al proyecto socialista, sino su repudio hacia él. En esencia, lo único que prometen es ser mejores que la derecha en la administración de los asuntos de la burguesía. Estos partidos, además, forman parte de la estructura que crea en los ciudadanos una falsa percepción de democracia; el dinero que reciben del Estado no abona al desarrollo de la vida democrática del país, es más bien un soborno para que le sigan el juego al mal gobierno. Sin excepción, estos partidos reproducen los peores vicios de las instituciones oficiales: el nepotismo, el parasitismo, el influyentismo, la simulación, la mentira sistemática y su desprecio, ya franco, ya velado, por los ciudadanos.

Los tres niveles de gobierno en México, sin importar el partido de procedencia, están nadando en corrupción. Ellos actúan sólo en interés propio y de los grupos que los llevaron al poder (determinados sectores de la burguesía nacional o internacional). Tener tratos con ellos es ponerse al servicio de aquellos a quienes sirven, pues su actuar no es nunca desinteresado. Además ¿Qué puede sacar un ciudadano o una organización de su trato con instituciones sumidas en la corrupción y carentes de toda moralidad? Además de dinero sacaríamos una triste tolerancia a la corrupción y a lo decadente de este régimen, anularíamos nuestro derecho a criticarlo y a luchar contra él al convertirnos en sus cómplices o seríamos inconsecuentes en nuestras críticas y en nuestra lucha como lo son los partidos marxistas leninistas que apoyan el proyecto obradorista.

Otra razón de peso para rechazar la vía electora es que en México, salvo algunas excepciones, el voto de los ciudadanos no ha sido respetado. Los tres niveles de gobierno recurren al fraude electoral de forma desvergonzada y hasta rutinaria. El trabajo del IFE, hasta la fecha, ha consistido en preparar el circo electoral y luego encubrir y legitimar el fraude.

Si no nos mueve el interés económico, si no queremos ser cómplices del sistemático engaño a la ciudadanía, si no nos interesa negociar puestos, si no le vemos sentido a someternos a una competencia desigual y bajo las reglas que el enemigo nos imponga ¿Qué sentido tendría buscar la vía electoral?
Un aspecto más que quiero resaltar es el moral. Si luchamos y nos preparamos es por nuestro anhelo de ver a la patria libre y justa, pero también por el de convertirnos en ciudadanos íntegros, completos, en entes morales responsables y congruentes. No podemos lograr esto si nos aprovechamos de la explotación de nuestro pueblo, si tomamos el dinero manchado de sangre y sufrimiento que el gobierno reparte como soborno a las organizaciones políticas. ¿En qué nos distinguiríamos de la burguesía si lo hiciéramos? Del mal gobierno no queremos nada.

El que conoce aunque sea un poco a nuestro gobierno sabe que su podredumbre es tal que no se puede entrar en tratos con él sin corromperse. Un análisis, aún superficial como es este, del sistema de partidos (recurrentes fraudes electorales contra la izquierda social, corrupción, alianzas entre izquierda y derecha, su complicidad en acciones de contrainsurgencia, etc.) nos dice que quien está con ellos no está con el pueblo. Nuestra ruptura es con este sistema político decadente y no con el pueblo, con las instituciones del mal gobierno, no con sus trabajadores humildes, con los partidos oficiales y no con la gente que ingenuamente sigue votando por ellos. 

¡Con el mal gobierno nada, con el pueblo todo!
Por eso nuestro lugar está en La Otra Campaña.

 

 

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