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zaragoza2.jpg 1334982919*Por Daniel Medina Flores / Colectivo La Comuna

No se trata de una batalla tan espectacular como lo sería el Sitio de Puebla de 1863- más de 60 días de cañonazos, ofensivas, lucha dentro y fuera de fuertes y conventos, encarnizados combates calle por calle, cuadra a cuadra, casa por casa y barricada a barricada- tampoco el ruido y duración del Sitio de Querétaro de 1867- también más de 60 días de combates hasta la capitulación de Maximiliano-. La Batalla del 5 de mayo retrasó por un año la ofensiva francesa en nuestro territorio, pero no pudo evitarla, ¿por qué entonces tiene tal fama si militarmente no supuso gran cosa? La respuesta puede venir no de su importancia inmediata, sino del efecto histórico con que carga. Se trata de una victoria inesperada, la sorpresa mayúscula de un ejército casi descalzo y en harapos, contra el mayor poder militar del mundo. Los franceses de verdad eran el mejor ejército regular en su momento y cayeron en bajo las armas del Ejército de Oriente esa lluviosa tarde del 5 de mayo de 1862.

Es La Batalla de la intervención. Podría decirse que las tropas comandadas por Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez, se componían de soldados de segunda, craso error y nada más fuera de la realidad. Los casi 5 mil soldados franceses pertenecían a compañías y regimientos bien curtidos en campañas militares: los suavos, soldados que lucharon en Argelia, el Batallón de Cazadores de Vincennes, famosos por su fiereza, disciplina y gran forma de combatir, además del 99º de línea, veterano de Crimea y la sangrienta toma de Sebastopol. ¿Y su comandante? El Conde de Lorencez tenía su prestigio, luchó en las campañas de Argelia y logró el grado de General de Brigada, después fue a Crimea, tomó Malakoff y participó en Sevastopol, tenía las cartas suficientes para asumir el mando de una expedición y así lo hizo Napoleón III al darle el comando para la invasión de México.

Y del otro lado, ¿qué había? Un ejército de voluntarios forjado en sangre y plomo durante tres años de guerra contra los conservadores. No se trata de militares de carrera, pocos lo eran, Leandro Valle es un ejemplo de ello, pero no Zaragoza, tampoco Miguel Negrete, Felipe Berriozábal, Francisco Lamadrid o Porfirio Díaz, todos se forjaron como estrategas y oficiales durante la guerra, combatiendo junto a los soldados regulares. Es un ejército que tuvo sus propias y sangrientas batallas: el sitio de Veracruz, las diversas batallas por Guadalajara, Tacubaya y la gran Calpulalpan. El Ejército de Oriente estaba casi descalzo, desarrapado, ¿qué podían ofrecer ante un ejército profesional como el francés? Para sumarle a las desventajas, el batallón de Oaxaca, de los soldados más experimentados y veteranos de la Reforma, casi quedó aniquilado en San Andrés Chalchicomula, después de una explosión en la bodega donde se almacenaban pertrechos de guerra, el accidente ocurrido el 6 de marzo de 1862, diezmó más a las tropas mexicanas.

Soldados voluntarios pero sin experiencia, guerrilleros y serranos que no estaban acostumbrados a la disciplina y modos de un ejército regular, fue el panorama que encontró Zaragoza cuando asumió el cargo del Ejército de Oriente, renunció previamente como Ministro de Guerra e incluso bajó su rango para sustituir a José López Uraga. Los franceses habían roto los Tratados preliminares de La Soledad y avanzaron de forma beligerante hacia la capital. Para sumar más complicaciones, las guerrillas conservadoras, al mando del infame Leonardo Márquez “El Tigre de Tacubaya”, también operaban junto al grupo expedicionario francés.

La mitad de los soldados no tenía calzado apropiado, la élite poblana estaba del lado invasor, el padre Miranda se comunicaba con Lorencez y Almonte para informarle sobre las disposiciones defensivas mexicanas. Por todos lados malas noticias, aún así Zaragoza y el Ejército de Oriente sabían que debían luchar e intentar detener a los franceses como pudieran, aunque no albergaban esperanzas. Probaron al invasor en Acultzingo, días antes del 5 de mayo. Los mexicanos lucharon bien pero la falta de disciplina se notó luego de que un oficial reconocido fuera herido. No estuvo mal pero no se detuvo al enemigo, aunque tampoco fue el objetivo, Zaragoza quería medir al enemigo.

De regreso en Puebla, Zaragoza pidió apoyo al gobierno, la oligarquía y los poderosos poblanos se negaban a ayudar. Con poco tiempo, Zaragoza fortificó como pudo Loreto y Guadalupe, los dos famosos fuertes. La estrategia estaba clara: aguantar el ataque francés. Pero entonces, otra noticia mala: Márquez avanzaba y su posición comprometía al Ejército de Oriente, podía cerrar el cerco a Puebla o dar el paso hacia la capital. Con pocos soldados, indispensables para la batalla, Zaragoza decidió enviar a Tomas O’Horan con un grupo de entre 800 y 1000 soldados, hacia Atlixco para sorprender al Tigre de Tacubaya. La batalla ocurrió el 4 de mayo y Zaragoza no sabría el resultado de la misma, una victoria de las tropas republicanas, hasta días después.

Los franceses podían atacar Puebla o rodearla y tomarla sin mucho problema, para avanzar hacia la Ciudad de México, lo sabía Almonte, general conservador que era de los principales colaboradores de la intervención. También Miranda lo dijo, pero el Conde de Lorencez, lleno de soberbia y orgullo- antes de la batalla envió un telegrama lleno de desprecio ante México “tenemos sobre los mexicanos tal superioridad de raza, de organización, de disciplina, de moralidad y de elevación de sentimientos, que suplico a Vuestra Excelencia se sirva decir al Emperador, que desde ahora, a la cabeza de sus seis mil hombres, soy dueño de México”.

No la tenía fácil Zaragoza y aún así fue a la batalla “Nuestro enemigo son los primeros soldados del mundo”, le dijo a sus tropas, “pero ustedes son los primeros hijos de México y nos quieren arrebatar nuestra patria. ¡Soldados! Leo en su frente la victoria. Fe y ¡Viva la independencia nacional! ¡Viva la patria!”. Lorencez fue directo y Zaragoza modificó la estrategia, Lamadrid, Berriozabal y Negrete entre los fuertes y Díaz en la retagurdia.

historia-de-la-batalla-de-puebla-mexicoTres veces los franceses avanzaron sobre Loreto y Guadalupe, tres veces fueron rechazados. En una de ellas llegaron hasta las trincheras y los soldados de las baterías veracruzanas les arrojaron las balas de cañón, porque no tenían fusiles, los prestaron a otros combatientes. En esa tercera carga, aparecieron los serranos que eran de Tetela de Ocampo, no de Zacapoaxtla, y los franceses retrocedieron mientras caía una lluvia torrencial. Tarde se dio cuenta el conde de Lorencez que falló su estrategia y le costó caro. El Ejército de Oriente sorpresivamente ganó, ni ellos se lo esperaban, “las armas nacionales se han cubierto de gloria”, dijo el gran Zaragoza en un telegrama.

Se ganó. Sopresivamente se ganó y nadie se la creía pero el resultado estaba dado. ¿Por qué es importante? Fue una victoria contra un enemigo que estaba invicto, el andrajoso Ejército de Oriente le quitó a los podersos franceses su condición sin derrota, fue aquí en México donde los franceses descubrieron que podían ser superados. Zaragoza, un general sin patria chica, derrotó al general que estuvo frente a la inmensa Sebastopol. Los descalzos serranos de Puebla se pusieron frente a suavos, cazadores de Vinceness, el 99º de línea y los hicieron retroceder tres veces. No sólo fue eso, sino que mostró la tenacidad y resistencia mexicana ante un enemigo imperialista. Zaragoza y el Ejército de Oriente son ejemplos de lucha antiimperialista. Después los franceses regresaron con casi 30 mil hombres y generales que no subestimaron a las tropas mexicanas, sitiaron Puebla durante más de 60 días y durante años intentaron colonizar un país que se defendió con la Chinaca en los bosques, desierto y sierras de México hasta que en 1867 derrotaron la invasión, pero esa es otra gloriosa historia.

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