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WhatsApp Image 2020-05-08 at 20.17.35 - copiaDaniel Medina Flores / Colectivo La Comuna

Películas, documentales, videojuegos, etc. material sobre la Segunda Guerra Mundial hay y de sobra, pero en la mayoría de ellos se habla sobre el frente occidental, sobre el gran Día D, el desembarco de Normandía como el punto de inflexión. Y sí, fue importante, no se puede negar la contribución de los aliados occidentales, sería incluso injusto dado los sacrificios que hicieron. Pero, del otro lado, ¿qué pasó? ¿En el frente oriental no se combatió? Por supuesto que sí, y fue una lucha de supervivencia, para combatir una extinción porque los nazis marcharon hacia el oeste con la mentalidad de barrer al pueblo eslavo, judío, gitano. No fue una simple guerra por territorio, fue una “guerra del pueblo (…) una guerra sangrada”.

“De pie enorme país, de pie hacia la muerte”, imagina por un momento que tu país es invadido de forma sorpresiva. Pueblos destruidos y quemados, civiles masacrados, mujeres violadas, niños asesinados, ejércitos enteros rendidos. Cada día el territorio se pierde mientras el puño fascista parece no tener fin. Sus altos mandos, cargados de soberbia y aparente de superioridad, ordenan que la población muera y el país se consuma porque, dentro de su pensamiento, su raza es la mejor y el pueblo que invaden es menos que escoria. Leningrado sitiada, Moscú y los combates cerca de las líneas del metro, Stalingrado ocupada, ¿cómo detener la barbarie? Días oscuros fueron aquellos en que los nazis ocuparos parte de la Unión Soviética.

Pero entonces, en febrero del 43, tras meses de combates, los fascistas se rindieron en Stalingrado, no entraron en Leningrado y aunque pisaron Moscú no la tomaron. Su Operación Barbarroja quedó detenida. No, no se trató del invierno que ayudó un poco, fue la tenacidad soviética, la nueva estrategia militar, la que los detuvo. La máquina de guerra fascista chocó de frente con la voluntad de la URSS. “Que nuestra ira los azote como una ola”, se escuchaba la música de La Gran Guerra Patria, desde el sitio de Leningrado, hasta la recuperada Stalingrado, Y ahora la contraofensiva, la venganza soviética.

No existiría Desembarco de Normandía sin Stalingrado, sin la espectacular Kursk, la batalla de tanques más grande de la historia, que dejó a los nazis sin capacidad ofensiva. A partir de Kursk, la horda fascista sólo conoció la orden de retirada. Toda Europa oriental comenzó a recuperarse, el Ejército Rojo y los partisanos, comunistas en su mayoría, de los países ocupados, expulsaron a la Alemania Nazi hacia su propio territorio. En los Balcanes se barrió con el enemigo, Hungría, Bulgaria, Rumania, Polonia, Checoslovaquia, de todos lados huían, azotados por una ola, con miedo, sabedores de lo que les esperaba si caían en manos de un ejército que avanzaba con sed de venganza, con deseo de cobrarse las afrentas en territorio soviético. ¿Miedo? Sí, lo tenían y mucho, un pavor indecible, eso los hizo más peligrosos, luchaban hasta la muerte porque caer prisionero del Ejército Rojo era peor.

La ofensiva Vístula-Óder, llevó a los soviéticos hasta territorio alemán y se prepararon para tomar Berlín. No sería fácil, primero se debía sortear las defensas colocadas por el Reich alemán en las regiones boscosas de Seelow. Tres ejércitos: 1º Frente Bielorruso, comandado por el Gueorgui Zhúkov y Vasil Chuikov; 2º Frente Bielorruso al mano de Rokossovski y, por último, 1º Frente Ucraniano de Iván Kónev, eran los encargados de terminar con la guerra. En Seelow, los alemanes (alrededor de 112 mil combatientes) aguantaron por un par de días (16-18 de abril de 1945) el embate de más de un millón de soldados del 1º Frente Bielorruso. Al final se les barrió, los sobrevivientes regresaron a Berlín para defenderla. Más de dos millones de soldados rusos estaban listos para asaltar la capital.

Hitler, completamente cegado y dirigiendo ejércitos que ya no existían, creyó poder detener al Ejército Rojo y prohibió no sólo retroceder sino también la rendición. Completamente acabado, decidió llevar consigo al pueblo alemán. El Ejército Rojo inició el bombardeo de Berlín el 20 de abril de 1945, el mismo día del cumpleaños del fûhrer, para otorgarle un excelente regalo de cumpleaños: el pueblo al que creyó aplastar, ahora tocaba la puerta de su propia casa listo para cobrar la brutalidad que hizo durante su ocupación. Iban a pagar todos y cada uno de los abusos cometidos

La batalla no fue un paseo. Los remanentes de las SS, Werhmacht y Volkssturm (civiles, policías y veteranos de la Primera Guerra Mundial) resultaron ser un enemigo tenaz contra los soviéticos. Lo que aún seguía de pie en la Alemania fascista intentó por todos los medios defender la capital. Hitler decidió que permanecería en la ciudad, pero combatir contra un rival que lo superaba 6 a 1 fue otra de sus locuras, la guerra estaba perdida, ellos lo sabían pero se negaban a rendirse, el miedo los hacía feroces. El terror que provocaba el Ejército Rojo y su sed de venganza, las consecuencias que traería haber invadido la Unión Soviética y provocado más de 20 millones de muertos, la mayoría civiles, se posaba sobre las cabezas fascistas. Decidieron no rendirse y luchar hasta el final. La suerte estaba echada, el Ejército Rojo avanzó, no habría piedad: calle a calle, casa a casa, un fascista a la vez.

Para el 24 de abril, Berlín estaba sitiada. Hitler supo en ese momento que no había oportunidad, si es que en algún momento la tuvo. Las Katiusha “Los órganos de Stalin” dispararon los misiles que sobrevolaron los cielos de la capital, los tanques avanzaron, por todas las calles se combatía, no había un solo lugar de Berlín que estuviera exento de batallas. El Ejército Rojo batalló, la capital fue un hueso duro de roer pero tarde o temprano se rompería.

El 25 de abril se entró en los distritos berlineses cercanos al centro. El 26 Tiergarten cayó en manos rojas, además del aeropuerto cercano al centro. Los fascistas se quedaban sin espacio, Hitler sentía el puño soviético sobre él, listo para aplastarlo. En los siguientes días el cerco a la zona gubernamental, el corazón del Reich, se completó. La última esperanza nazi se perdió el 28 de abril, cuando el XII Ejército fue detenido en Postdam, imposibilitado para dar apoyo. La última resistencia se dio en la cancillería. El 29 estaba cercada y un día después Hitler dio fin a su vida, 30 de abril, dándose un tiro en su bunker bajo la cancillería, así terminó la vida del hombre que llevó sangre, muerte y destrucción al mundo. Huyo del castigo que le esperaba, dejó Berlín destrozada por su orgullo, por su miedo. Satisfactoriamente para la URSS y el resto del mundo, la bestia fascista pudo ver cómo sus hordas fueron aplastadas por completo antes de irse de este mundo.

Hubo intentos por abandonar la cancillería pero pocos lograron escapar del cerco soviético. Los líderes nazis siguieron el camino de su líder, como Joseph y Martha Goebbels y los generales Burgdorf y Krebs. El 1 de mayo continuaban los ataques en la cancillería hasta que el 2 el mariscal Chuikov recibió la oferta de rendición por parte del general Weidling, ese mismo día se dio el asalto final a la Cancillería y se toma el edificio. Los alemanes se rindieron pero la URSS deseaba una rendición incondicional, la capitulación total de los fascistas. En algunos sectores de la ciudad los enfrentamientos continuaron hasta que el 8 de mayo se obtuvo la rendición sin condiciones por parte de la Alemania Nazi. Por cuestiones de horario, en la URSS se conocería esto hasta el 9 de mayo de 1945. Día de la Victoria, entonces todo terminó. Cuando se silenció el último cañón quedaron atrás 4 años de lucha y sangre derramada, más de 22 millones de muertos por parte de la Unión Soviética, la devastación de Europa por parte de la bestia nazi y el intento frustrado de aniquilar a pueblos enteros.

El 9 de mayo de 1945 quedó como El Día de la Victoria, el día en que se puso fin a un pensamiento bárbaro, arcaico y que sólo contemplaba la destrucción de todo aquello que era diferente. No se puede hablar de una victoria sin mencionar los sacrificios de la Unión Soviética. Fue el Ejército Rojo quien tomó Berlín y aunque algunas versiones de la Historia quieran demeritar su aportación, intenten hacer creer que los EE.UU. fueron quienes inclinaron por completo la balanza, queda como lección y obligación dar a conocer la verdad, contar los acontecimientos y dejar en claro que, al menos en Europa, no existiría una liberación de las hordas nazis sin el avance imponente del Ejército Rojo. Fueron ellos, junto a los miles de partisanos, con ayuda de los aliados occidentales, quienes aplastaron al enemigo.

Ante el nuevo ascenso de pensamientos fascistas, recordémosles Stalingrado, Leningrado, Kursk y Berlín, recordémosles ante quién cayeron aplastados, y ante quién huyeron atemorizados. Al fascismo no se le puede combatir más que con fuerza, que lo recuerden los neonazis, que tengan claro cómo terminaron en la Segunda Guerra Mundial, y si intentaran revivir sus días de gloria, entonces les diremos en su cara, como lo menciona la canción La Gran Guerra Patria, que nuestra ira los azotará como una ola.

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