Os recuerdo que las divisiones entre países sólo sirven para tipificar el delito de «contrabando» y para darle sentido a las guerras. Es claro que existen, al menos, dos cosas que están por encima de las fronteras: la una es el crimen que, disfrazado de modernidad, distribuye la miseria a escala mundial; la otra es la esperanza de que la vergüenza sólo exista cuando uno se equivoca de paso en el baile, y no cada vez que nos vemos en un espejo. Para acabar con el primero y para hacer florecer la segunda, sólo hace falta luchar y ser mejores. Lo demás se sigue solo y es lo que suele llenar bibliotecas y museos. No es necesario conquistar el mundo, basta con hacerlo de nuevo. Vale. Salud y sabed que, para el amor, una cama es sólo un pretexto; para el baile, una tonada es sólo un adorno; y para luchar, la nacionalidad es sólo un accidente meramente circunstancial.
Don Durito de La Lacandona, 1995
El SubMoy estaba diciéndole a Maxo que tal vez habría que probar con madera balsa (“corcho” le dicen acá), pero el ingeniero naval alegaba que, puesto que más ligera, peor la iba a arrastrar la corriente. “Pero dijiste que no hay corriente en el mar”. “Pero qué tal que hay”, se defendió Maxo. El SubMoy les dijo a los otros comités que seguía la siguiente prueba: cayucos.
Se pusieron a labrar varios cayucos. Con hachas y machetes fueron dándole forma y vocación marina a troncos cuyo destino original era leña para el fogón. Como el SubMoy se ausentó unos momentos, fueron a preguntarle al SupGaleano si le ponían nombre a las embarcaciones. El Sup estaba mirando cómo el Monarca revisaba un viejo motor de diesel, así que respondió distraído: “Sí, claro”.
Se fueron y empezaron a calar y a pintar en los costados nombres racionales y mesurados. En uno se leía: “El Chompiras Nadador y Brinca Charcos”. Otro: “El internacionalista. Una cosa es una cosa y otra cosa es dont fuck me, compadre”. Uno más: “Orita vengo, no me tardo mi amor”. El de allá: “Pos va en su cuenta, pa´ qué me invitan”. Los del puy Jacinto Canek bautizaron el suyo como “Jean Robert”, que era así su modo de hacerlo acompañar el viaje.
En uno más alejado se alcanzaba a leer: “Ya para qué llorar si lo que sobra es agua salada”, y a continuación se extendía: “Este barco fue hecho por la Comisión Marítima del municipio autónomo rebelde zapatista “Nos critican que les ponemos un nombre muy largo a los MAREZ y Caracoles, pero nos vale”, de la Junta de Buen Gobierno “También”. Producto perecedero. Fecha de caducidad: depende. Nuestras embarcaciones no se hunden, sino que caducan, no es lo mismo. Contrataciones de fabricantes de cayucos y musiqueros en el CRAREZ (no incluye marimba ni equipo de sonido –porque qué tal que se hunden y luego no reponen-, pero sí le echamos muchas ganas a la cantada… bueno, más o menos. Depende, pues). Este cayuco sólo cotiza en las bolsas de resistencia. Continuará en el próximo cayuco…”, (claro, había que dar la vuelta alrededor del cayuco y en las paredes internas para leer completo el “nombre”; sí, tiene usted razón, el submarino enemigo va a tardar tanto tiempo en transmitir el nombre completo de la nave a hundir que, cuando termine, la embarcación ya habrá atracado en las costas europeas).
El asunto es que, mientras labraban los troncos, se corrió el chisme. El amado Amado le contó al Pablito que le contó al Pedrito que le informó a Defensa Zapatista que lo consultó con la Esperanza que le dijo a la Calamidad “no le digas a nadie” que lo contó a sus mamaces que lo dijo en el grupo de “como mujeres que somos”.
Cuando le dijeron al SupGaleano que venían las mujeres, el Sup se encogió de hombros y le pasó al Monarca la llave que llaman española, de media pulgada, mientras escupía pedazos de la boquilla de su pipa.
Al rato llegó el Jacobo: “Oí Sup, ¿va a dilatar el SubMoy?”
“Ni idea”, respondió el SupGaleano mientras miraba desconsolado su pipa rota.
Jacobo: “¿Y tú lo sabes cuántos van a viajar?”
El Sup: “Todavía. La Europa de abajo no ha respondido cuántos pueden recibir. ¿Por qué?”
Jacobo: “Pues es que… mejor ven para que miras”.
El SupGaleano rompió otra pipa mirando la “flota” zapatista. En la ribera del río, los 6 cayucos con nombres estrafalarios, alineados, estaban llenos de macetas y flores.
“¿Y eso?”, preguntó el Sup sólo por trámite.
“Es su carga de las compañeras”, respondió Rubén resignado.
El Sup: “¿Su carga?”.
Rubén: “Sí, vinieron y nomás decían “esto se va a ocupar” y fueron dejando esas plantitas. Y luego vino una niña que no sé cómo se llama pero preguntó que si el viaje tarda en llegar, o sea que si dilata en que llegamos donde vamos. Le pregunté por qué, que si es que van sus mamaces o qué. Me dijo que no, que era porque quería mandar un árbol, así chiquitillo, que de repente, si dilatamos en el viaje, pues ya llega ya crecidito y podemos echar pozol a la sombra si se pone muy fiero el sol.”
“Pero si todas son iguales”, alegó el Sup (refiriéndose a las plantas, claro).
No, dijo la comité Alejandra. Ésta es estafiate, para el dolor de panza; ésa es tomillo; aquella es hierbabuena; allá manzanilla, orégano, perejil, cilantro, laurel, epazote, zábila; ésta es para si tienes diarrea, ésta para quemaduras, ésa para mal de sueño, allá para si duele tu diente, acá la de cólicos, ésta se llama “sánalo todo”, otra de allá para el gómito, también momo, yerba mora, cebollín, ruda, geranios, claveles, tulipanes, rosas, mañanitas; y así.
Jacobo se sintió obligado a aclarar: “Ya que terminábamos un cayuco, cuando volteamos a ver, ya estaba lleno de monte. Otro, y otra vez lleno. Ya llevamos 6, por eso pregunto si seguimos haciendo más, porque igual los van a ir llenando.”
“Pero si mandan todo eso, ¿dónde van a ir los compañeros?” quiso razonar el Sup con una compañera, coordinadora de mujeres, que cargaba en los brazos dos macetas y un pichito en su rebozo terciado a la espalda.
“Ah, ¿a poco van a ir hombres?”, dijo ella.
“Como sea, tampoco van a caber las mujeres”, alegó el Sup “al borde de un ataque de nervios”.
Ella: “Ah, es que nosotras no vamos a ir en barco. Nosotras nos vamos a ir en avión, para que no nos gomitamos. Bueno, siempre sí un poco, pero menos.”
Sup: ¿Y quién les dijo que ustedes en avión?
Ella: Nosotras.
Sup: ¿Pero de dónde la sacaron toda esa palabra que me estás diciendo?
Ella: “Es que llegó la Esperanza en la reunión de como mujeres que somos y nos informó que todas vamos a morir miserablemente si vamos con los malditos hombres. Entonces lo pensamos en asamblea y llegamos en el acuerdo de que no tenemos miedo y estamos muy dispuestas y decididas a que los hombres mueren miserablemente y nosotras no.
Ya hicimos la cuenta y vamos a rentar el avión que compró el Calderón para el Peña Nieto y que los malos gobiernos de ahora ya no saben cómo hacer. Dicen que 500 pesos el boleto por persona. Ahorita van apuntadas 111 compañeras, pero creo faltan los equipos de fútbol de las milicianas. Así que, si sólo vamos 111, serían 55,500.00 pesos, pero mujeres y pichitos sólo pagan la mitad, entonces 27,750. Falta descontar el IVA y la bonificación por gastos de representación, así que digamos que unos 10 mil pesos por todas. Eso si el dólar no se devalúa, entonces pues menos. Pero, para no estar alegando por la paga, les vamos a dar al buey de mi compadre, que está igual que no digo quién, pero qué le vamos a hacer, así son todos los machitos.
El SupGaleano quedó callado de una vez, tratando de acordarse dónde diablos dejó la pipa de emergencia. Pero cuando lo miró que las mujeres empezaron a acarrear gallinas, gallos, pollitos, cuches, patos y guajolotes, le dijo al Monarca: “Rápido, llámale al SubMoy y dile que es muy urgente que venga”.
La procesión de mujeres, plantas y animales se alargaba más allá del potrero. Les seguía la fila de la pandilla de Defensa Zapatista: la columna de la horda la abría el Pablito, que ya en modo “si no las vences, úneteles”, llevaba un su caballo, seguido del amado Amado con una su bicicleta –con la llanta ponchada-. Luego el gato-perro arreando un hato de ganado. Defensa y Esperanza medían los cayucos calculando si entraban las porterías. El caballo choco llevaba en el hocico una red con botellas de plástico. Calamidad pasó cargando un cuchito que chillaba aterrado, temiendo que lo arrojaran al río para rescatarlo luego… ¿y no?
Cerraba la columna alguien que se parecía extraordinariamente a un escarabajo, con un parche pirata en el ojo diestro, un alambre retorcido en una de las patitas –a manera de garfio-, y en otra una especie de pata de palo, aunque no fuera más que una astilla de alguno de los bejucos labrados. El extraño ser, blandiendo una laminita de cubre bocas, declamaba con elogiable entonación: “Con diez cañones por banda, / viento en popa, a toda vela, / no corta el mar sino vuela / un velero bergantín. / Bajel pirata que llaman / por su bravura “El Temido”, / En todo el mar conocido / del uno al otro confín.”.
Cuando regresó el Subcomandante Insurgente Moisés, jefe de la expedición en ciernes, encontró al SupGaleano sonriendo inexplicablemente. El Sup había encontrado otra pipa, ésta sin romper, dentro del bolsillo de su pantalón.
Doy Fe.
Guau-Miau.
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