—Mire, jefecito —dijo el indio sin alterarse—, es el mismo precio porque no puedo darle otro. Además, señor, hay algo que usted ignora. Tengo que hacer esas canastitas a mi manera, con canciones y trocitos de mi propia alma Si me veo obligado a hacerlas por millares, no podré tener un pedazo del alma en cada una, ni podré poner en ellas mis canciones. Resultarían todas iguales, y eso acabaría por devorarme el corazón pedazo por pedazo.
B. Traven en el cuento “Canastitas en series”, incluido en la selección Canasta de cuentos mexicanos [1], entreteje una clara noción industrial capitalista, donde el “encuentro” es encubridor porque se establece ocultando la dominación del “yo”, Mr. Winthrop, de su “mundo”, sobre el “mundo del otro”, del indio. Esto resaltando un aspecto importante de la teoría de Marx, el plusvalor.
— ¡Al diablo con esos condenados indios; no comprenden nada, no se puede tratar negocio alguno con ellos! ¡Créame! No tienen remedio ni ellos ni ese su país tan raro. Lo que me sorprende es que vivan, que puedan seguir viviendo en semejantes condiciones. No hay esperanzas para ellos, ni las habrá en muchos siglos, de veras, yo sé de qué hablo. Nueva York no fue, pues, saturada de estas bellas y excelentes obras de arte, y así se evitó que en los botes de basura americanos aparecieran, sucias y despreciadas, las policromadas canastitas tejidas con poemas no cantados, con pedacitos de alma y gotas de sangre del corazón de un indio mexicano.
El sujeto de trabajo está desnudo, el indio, es un pobre. Porque ser pobre es la condición absoluta de ser clase. Al vender su cuerpo por dinero, desgajando al individuo de la comunidad para cumplir el deseo del otro, la usura. Mr. Winthrop usa el cuerpo del indio, el cual es subsumido en una totalidad, es decir el otro paga con dinero el trabajo y aparece el salario. Pero ese que es pobre, es la fuente creadora de la nada de todo el capital [2].
El trabajo vivo que no era capital, al ser subsumido en el proceso de trabajo ahora es una determinación del capital y nada menos que es la que produce el plusvalor, no solo reproduciendo su salario, porque el salario es igual al consumo de la fuerza del trabajo. Pero el origen de la ganancia subjetiva del trabajador, es robada, no pagada; es la falta ética del capital, el fetiche del plusvalor.
El mercado genera inevitablemente desigualdad, y por eso es necesario una intervención políticamente del estado con una racional planificación estratégica. La economía no se puede pensar desde los deseos del comprador, sino desde las necesidades de la humanidad productora, es decir, es necesario una redistribución con algún tipo de justicia que evite la pobreza, afirme la vida y a la comunidad.
Por Salvador el ingeniero / Colectivo Dení Prieto Stock
REFERENCIAS
- B. Traven (1960) “Canasta de Cuentos Mexicanos” Ed. SELECTOR. ISBN 978-970-643-854-6. Pp. 209.
- E. Dussel (1988) “Hacia un Marx desconocido. Un comentario de los Manuscritos del 61-63” Ed. SIGLO XXI. ISBN 968-23-1453-4. Pp. 132.
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