Desde hace siglos las expresiones artísticas emanadas de las clases explotadas han sido excluidas del estudio académico, de la crítica, de la difusión y de la misma historia del arte, siendo su contraparte, el arte de las clases explotadoras la que se reconoce, la que se estudia, la que vale la pena enseñar y aprender. Siendo concretos y refiriéndonos a la actualidad, es el arte burgués el único que tiene el “derecho” de llamarse arte. Al menos así nos lo han hecho creer la academia, los medios masivos de comunicación y los espacios enfocados a la difusión del arte y la cultura.
Es innegable que múltiples corrientes artísticas han surgido de los desposeídos y de los explotados, música, pintura, teatro, etcétera, que han vuelto de su expresión algo más abarcador que una mera muestra estética, hay en las expresiones artísticas del proletariado una herramienta, un arma, una extensión militante de la vida y en contra de la injusticia. Sin embargo, el avance intelectual e ideológico de la burguesía es tal que ha encontrado los mecanismos para desposeer a los creadores proletarios de su arte, ya sea volviéndola una mercancía más o extirpándola de su seno y volviéndola otra expresión encargada de reproducir los valores y la ideología de la burguesía.
Cuando el arte surgido de la clase trabajadora es alejado de la misma se sufre una ruptura cultural e identitaria, la pieza se vuelve ajena al artista, la expresión en sí misma se vuelve extraña ante los ojos de quienes la crearon. Queda resistir e insistir, regresar a la raíz del arte proletario que explícita o implícitamente es anticapitalista, sea por el hecho de que no se creó para mercantilizarse, o porque señala y denuncia las injusticias y sueña con otra vida, con otra realidad.
Cuando el arte proletario es tomado por completo en las garras de los capitalistas, los principios que lo definían quedan aislados y son remplazados por los de la burguesía, entonces éste se vuelve una herramienta ideológica que entre sus misiones principales se encuentra la enajenación de la clase explotada. Así el arte proletario deja de ser revolucionario y se vuelve una mercancía cargada de ideología reaccionaria.
A pesar del intento del sistema capitalista por mercantilizar, imponer principios burgueses o desaparecer el arte de los de abajo, la resistencia existe y ha existido siempre, en los barrios se sigue haciendo arte colectivo que refleja la cotidianidad de las y los trabajadores, donde las aspiraciones son construir otro futuro y mejorar las condiciones del barrio; en las comunidades originarias el arte juega un papel fundamental de pertenencia y reproducción de su cultura, de unificación con su pueblo y con su historia, de resistencia ante la enajenación, el individualismo, el machismo y la violencia que insisten los medios masivos de comunicación en reproducir.
Además del arte cuya mera existencia es de por sí un acto anticapistalista, existe también un arte militante, un arte que se asume propaganda, herramienta y arma para la emancipación de la clase trabajadora, un arte que no por ser propaganda militante carece de calidad estética, un arte que nace de la lucha de clases, que existe por y para la revolución.
Los comunistas tenemos dos principales labores hacia estas caracterizaciones de arte arriba mencionadas: hacia aquel arte que ha sido despojado de sus creadores y cooptado por la burguesía, debemos de retomarlo en las comunidades, barrios, escuelas y fábricas, debemos de luchar por recuperarlo; respecto al arte militante, debemos esforzarnos por crear más y más, debemos comprender que es una herramienta con alcances mayúsculos y que tenemos la capacidad y la responsabilidad de empuñar el micrófono, la guitarra, las latas y las brochas, de gritar nuestra poesía a los cuatro vientos, de volver de cada esquina en cada barrio un escenario para que todas y todos los trabajadores recuerden que otro mundo es posible y que lo vamos a construir juntos y juntas.
Tenemos la labor de devolverle el arte a nuestra clase.
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